jueves, 28 de septiembre de 2017

Confabulación

Dos hombres se sientan en una mesa. El primero, que lleva un saco azul y jean del mismo color, le dice a su compañero, un hombre que pone un casco sobre la mesa y tiene una chaqueta de cuero negra con rayas rojas horizontales:

“Yo no quiero que me siga hablando desde lo cómodo.” Su interlocutor lo interroga con la mirada”. Su amigo capta el gesto y le responde: “Le estoy hablando de Catalina, es que ella está retando mi inteligencia. Hoy le dije a ella La prudencia hace verdaderos sabios, se lo dije muy polite y la vaina. Yo no he querido discutir con ella, pero se lo está buscando.”

El de la moto, es decir, el del casco que, supongo, tiene su moto parqueada en algún lugar cercano, levanta la cabeza hacia el cielo como digiriendo las palabras pero guarda silencio, mientras su amigo lo mira a la espera de un comentario que le dé la razón.

En pleno rifirrafe, excelente palabra esta, de miradas y pensamientos, una mujer rubia se acerca a la mesa sonriendo. “¿Será la tal Camila, que vino a dañarles la confabulación y a continuar con su habladito desde lo cómodo?” me pregunto, pero al rato, con lo que dice, luego de darle un beso en la mejilla a cada hombre, confirma que no:

“Nos quedamos acá o nos vamos para otro lado, ¿Camila no sale por acá luego?”, dice la mujer que acaba de llegar.

¿Quién será la tal Camila? ¿por qué le tendrán tanta tirria? ¿Cómo habla uno desde lo cómodo? ¿Realmente la prudencia hace verdaderos sabios? ¿Vale la pena tanta confabulación y la logística que implica poder sentarse a discutir sobre lo que ha hecho o dejado de hacer Camila?, 

La conversación me recuerda aquel semestre en la universidad en el que la exnovia de un amigo quería un segundo tiempo de la relación y, en las tardes, cuando salíamos de clase y pretendíamos tomarnos algo o simplemente echar carreta, elaborábamos intrincados planes para no cruzarnos con ella.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

Proporciones

Cuando como queso con bocadillo, me gusta que el pedazo del primero sea ligeramente más grande que el del segundo, pues siempre siento que me sobra bocadillo, o que el sabor de este opaca el del queso, y considero que el éxito de la combinación consiste en una correcta proporción de ambos productos.

Cuando hago tinto por las mañanas me gusta pintarlo con un poco de leche; un pequeño chorro del cual he logrado afinar la medida, a puro ojo, a través del tiempo. Para corroborar esto, apenas la sirvo en el pocillo lo ladeo un poco, qué sé yo, digamos unos 45 grados; si alcanzo a ver el fondo sé que me hace falta servir más. Otras veces, en cambio, el pulso me falla, inclino la caja de leche con muchas ganas, se me va la mano en la cantidad y la sirvo casi hasta la mitad del pocillo, lo que prolonga la tarea pues debo verter de vuelta el excedente al recipiente. Como ven, soy algo maniático al momento de prepararme el desayuno, pero que levante la mano aquel que no lo sea en cualquier otro aspecto de la vida. 

Parece que el tema de las proporciones se vislumbra sobre todo en la comida. Otro ejemplo, que no sé por qué razón ocurre, es el de la carne de la hamburguesa y su pan o panes. Nos la entregan perfectamente armada, la forma circular de la carne coincide, más o menos, con la del pan, pero muchas veces, cuando estamos a punto de acabar con ella, nos sobra un montón de pan para un pedazo ridículo de carne o viceversa.

Cuando me lavo los dientes, encuentro esencial echar la cantidad de crema de dientes justa sobre el cepillo, tarea que a veces se complica cuando el tubo está casi desocupado y sale disparada una gran porción, producto de la frenética manipulación del tubo, que se espicha con fuerza en diferentes ángulos y lados. 

Si nos fijamos bien el tema de las proporciones lo podemos extrapolar casi a cualquier asunto, digamos, por ejemplo, las relaciones afectivas. Supongamos que la armonía en una relación de pareja se deba a la proporción del amor de uno hacia el otro, pero, como casi siempre, ocurre que una persona quiere más o se preocupa más que el otro, y ese es otro claro ejemplo de proporciones desajustadas, que en este caso preciso nos lleva al conflicto.

martes, 26 de septiembre de 2017

Trapo Sucio

Arrimo a la caja para pagar unos tomates. En el momento de mi turno una señora, con una cartera roja al hombro y una pañoleta en la cabeza, se acerca y pregunta: “¿Acá hay administrador?”.

Está de mal genio. La cajera la mira entre asustada y asombrada y, sin obtener respuesta, la mujer le da quejas y le explica la razón de su mal genio y para qué busca a la persona por quien pregunta.

“Es que imagínese. Iba a pagar yo en esa otra caja—La señala enérgica con el índice de la mano derecha— “¿Cuál?” pregunta la cajera. “Esa, la número 6, y la niña tenía…”, hace una pausa para preguntar: “¿Cómo llaman ustedes esto, donde pone uno los productos?” Nadie le responde, nadie, imagino, lo sabe. 

“La niña tenía sucio eso, no sé, reguero de algún producto o algo. Entonces yo le dije que si no podía limpiarlo con un trapo que tiene ahí encima (vamos a llamar “encima” a aquel sector misterioso donde todos ubicamos los productos antes de pagar por ellos, y que nadie sabe cómo se llama). 

“¿Y sabe qué me respondió?” preguntó la señora, lanzando, al parecer, la pregunta hacía los demás empleados que se habían acercado a chismosear, hacía el resto de clientes, o bien, hacía la galaxia, el universo, o el multiverso del cuál hacemos parte, como exigiendo una respuesta. “Me dijo que el trapo estaba igual de sucio y que si no me gustaba esa caja podía hacer fila en cualquier otra.

“No, es que no hay derecho” concluyó justo después.

La cajera me factura los tomates, los pago y la señora aún continúa con la discusión acerca del trapo sucio.

lunes, 25 de septiembre de 2017

Libros

Entro a la librería y me da por preguntar si tienen libros de mi escritor favorito. Muy pocas veces encuentro alguno que no he leído, pero ¿qué tal que sea uno de eso días en los que, por una alineación de planetas, digamos, me encuentre con uno que no tenga?

“Buenas tardes tienen libros de Juan José Millás”
“¿Villás?” responde el hombre asombrado
“Millas con M” le clarifico, como si fuera su obligación saber quién es y que es mi escritor favorito.

El hombre se dirige con determinación a un pasillo y comienza a pasar el dedo índice de su mano derecha por los libros de un estante. Imagino que está en la sección de los escritores cuyos apellidos empiezan por la M. Al rato deja la actitud de búsqueda y, con cara extrañada, vuelve a preguntar: “Y, ¿de dónde es?

“España” le digo con desgano, al darme cuenta que no tiene ni idea de quién le hablo. 

“Millas, ¿ha oído sobre el?, le pregunta a un compañero de trabajo.

“Búsquelo en el computador”.

El vendedor se voltea hacia mí, y me dice: “Voy a buscarlo en el sistema. Le doy las gracias al tiempo que comienzo a caminar detrás de él.

Una mujer le obstruye el paso con una copia de Orgullo y Prejuicio en cada mano, y le pregunta que cual es la mejor edición. El hombre frena, toma los libros, y a mitad del pasillo le grita a su compañero; “De estos dos,¿cuál es mejor?

“El de Random House” le contesta el otro.

Vuelve con la mujer y le dice con seguridad: “Este”, señalándole uno de los libros.

Llegamos al computador. “¿Cuál es el nombre?” pregunta de nuevo. “Millas”, pronunció la m de forma exagerada.

El hombre teclea el apellido, presiona Enter y me responde “no, no tenemos nada” Le doy las gracias y me dirijo hacia la salida.

Justo en la puerta, una mujer le sugiere a otra de pelo blanco, al parecer su abuela, un libro para colorear mandalas : “Mira, tu podrías comprarte este, ¿no crees?” La viejita la mira, le sonríe, pero no responde nada. Quizás esté harta de que le asignen esas tareas que la hacen sentir más muerta que viva y lo que en verdad quiere es tomar clases de salsa, por ejemplo.

Cerca del libro de colorear para adultos, veo que hay otro de Origami antiestrés con la figura de un pájaro en su portada, que parece complicadísima de lograr sin llegar a estresarse un poco.

Abandono el lugar.

viernes, 22 de septiembre de 2017

18 cuadras

Hay una silla libre justo después de la puerta de entrada, pero creo que la buseta se va a llenar. Decido quedarme de pie y me ubico cerca de la puerta del fondo. En un momento miró hacia la la calle por el vidrio de atrás; está repleta de carros y personas que caminan de afán por los andenes. 

Tengo la cabezada recostada sobre el brazo derecho, que tengo agarrado de un tubo de la buseta, mientras pienso en un montón de asuntos, hasta que debido a ese extraño poder que todos tenemos de sentir que alguien nos está mirando, volteo a mirar la silla de los músicos y una mujer me sostiene la mirada. Tiene ojos grandes y negros, y es difícil precisar qué expresa su cara, en un instante parece que va a sonreir, pero de repente se pone muy sería. 

No me siento bien mirándola, así que dejo de hacerlo. Al rato la espío con disimulo, pero ahora parece perdida en sus propios asuntos. 

Un vendedor ambulante se sube al bus por la puerta de atrás. Lleva una cacucha azul que le cubre su cabeza rapada por los lados y pelo largo y liso en la parte de atrás. 

Me llevo la mano al bolsillo en el que guardo el celular, pues me acuerdo de aquella ocasión en que dos ladrones se subieron a una buseta justo cuándo un amigo y yo nos íbamos a bajar y él, que no entendió que pasaba, le pidió permiso al delincuente, que  estaba bloqueando la puerta, para bajarse. “Siéntese o lo mato hijueputa” fue la respuesta que obtuvo.

El hombre no es un ladrón, cuenta que vive en una casa de rehabilitación con 40 personas, en la que debe pagar el arriendo de una pieza. Luego abre una maleta que cuelga sobre su hombro derecho, mete la mano y saca el producto que está ofreciendo: un estuche de lápices y esferos, borrador y no se qué más cosas. El hombre dice que los podemos probar y que si uno de los implementos fallá, nos regala un paquete, luego habla algo sobre dios recoge sus estuches y se baja.

Luego, en menos de media cuadra, se sube otro hombre con gafas negras, barba rala y chaqueta de Jean y saluda a todo el bus con un fuerte grito, luego pregunta en tono de broma “ ¿Los asuste?” y en su discurso también acude a dios para hablarnos, que dios esto, que dios lo otro, etc. Luego cuenta un cuento de un hombre que molesta a dios preguntándole sobre “5 minuticos” que cuánto tiempo es eso. Coincidencialmente suena After Forever y escuchó la estrofa en que Ozzy canta:

Is God just a thought within your head or is he a part of you?
Is Christ just a name that you read in a book when you were in school?


El cuento del hombre finaliza. El mensaje que deja tiene que ver con la importancia de estar vivos, de poder disfrutar cinco minutos. El hombre pregunta si lo entendimos el cuento y luego lo explica. Dice que disfrutemos la vida, que le ponemos demasiada atención a cosas que catalogamos como problemas y que no lo son, y luego dice mientras ríe: “Si ustedes supieran todos los problemas que tengo”. 

Quiero que cuente alguno de sus problemas, pero el hombre ya está pasando por cada puesto estirando la mano para recoger algunas monedas. 

Ya pasaron 18 cuadras y debo bajarme.

jueves, 21 de septiembre de 2017

Resucitar de la oscuridad

Cierro los ojos, los abro, los cierro, los vuelvo a abrir. Cuando los cierro no vedo nada, o veo oscuridad que es lo mismo; imagino que así ven los ciegos. Cuando los abro puedo ver un poquito con la ayuda de la luz de la calle alcanza a meterse al cuarto, entonces veo los bordes de los muebles y sombras con extrañas formas que se mueven lento y rápido. No le tengo miedo a la oscuridad, pero no me gusta su silencio. Si me concentro escuchó ruidos que no sé de dónde vienen y que si me asustan un poco. 

No sé cuánto tiempo llevo despierto. Dormir es extraño. Una vez, en una revista que alguien trajo a la casa, en la portada decía: “Dormir es como morir un poco.”. A veces cierro los ojos y me muero muy rápido, claro que eso es imposible saberlo, pues creo que tendría que estar despierto para saber que me quede dormido y, además, tendría que ser otra persona diferente de mí, otro Nicolás, para verme durmiendo. Otras veces, como hoy, cierro los ojos y no pasa nada, me quedo ciego pero no muero.

Nunca le he dicho a mamá, pero me gusta pensar eso de que muero cada vez que me duermo, y que resucito al siguiente día. Cuando la acompaño a misa, nunca le pongo atención a lo que dice el padre. Me gusta como suena cuando las personas recitan en voz alta las oraciones, una de esas dice: resucito al tercer día según las escrituras, ¿cuáles escrituras? Si fueran las mías, muchas personas podrían leerlas, la profe dice que tengo buena letra, pero si fueran las de Mariana, nadie las entendería, escribe chiquito y apeñuscado. La profe siempre la regaña por coger mal el lápiz, pero ella no le hace caso o no puede, no sé. 

No creo eso de resucitar, ¿no será más bien que estaba muy cansado, se quedó dormido, y luego despertó al tercer día? Ayer, por ejemplo, cuando llegué del colegio estaba muy cansado; había jugado un partido de fútbol durísimo en el que me hice un golazo. Jacinto, mi mejor amigo, estaba súper rabón, porque le tocó tapar, pero él fue el último que llegó a la cancha y esa es la regla, igual que la ley de la botella: el que la bota va por ella. Tenemos que cumplir las reglas que inventamos para los partidos de fútbol, o si no ¿qué?

Apenas llegué a la casa, almorcé una sopa verde fea, arroz y fríjoles. También había plátano, pero no lo probé porque me gusta mezclar la comida de sal con la de dulce. Después jugué un rato en el computador. El juego es de un personaje que tiene que pasar diferentes mundos y niveles al final tiene que enfrentarse a monstruó súper difícil de cachos y color rojo, se parece al diablo. Uno de mentiras, quién sabe si el de verdad sea así, con cuernos y esas cosas. Una vez, en la misa el padre dijo que el diablo estaba en cada uno de nosotros, que por eso debíamos volvernos a Dios. No entendí nada y después se me olvido preguntarle a mí mamá qué significaba lo que hablaba el viejito loco de pelo blanco y sotana. A ella no le gusta que le diga así, pero es que siempre anda despelucado y tiene mirada de loco o, por lo menos, así me parece a mí. 

Mí personaje en el juego es un Nigromante que puede resucitar esqueletos y otras seres que le ayudan a pelear; el que más me gusta es un Golem de fuego que se mueve muy rápido y quema a los bobos que se le acercan. En el juego si creo en eso de resucitar, pero porque es un juego, en los juegos si puede pasar cualquier cosa que en la realidad es no pasa. 

Luego de eso estaba muy cansado y mamá me dejo dormir. Menos mal que no me habían dejado tareas o si no, me hubiera tocado hacerlas y esperar a dormir hasta por la noche, osea ahorita, este momento en el que no he podido quedarme dormido.

Hace un momento, no sé cuantos minutos ni segundos, me quedé sin moverme por un rato para ver si me quedaba dormido, pero no pasó nada, sigo despierto con los ojos cerrados. También me me moví y me acomodo de un lado y luego del otro, y sigo despierto o ciego. Ahora tengo calor; no, no solo es calor, también tengo ganas de hacer pipí.

No me gusta cuando me dan ganas de hacer pipí por la noche. El baño de mi casa queda al final del corredor y Juliana, mi hermana, dice que ahí asustan. Mi mamá me dice que no le crea, que sólo dice eso por molestar, pero ella una vez me dijo: “Vas a ver Nico, un día se te va a aparecer una sombra en él corredor y te va a empujar”.

Yo no creo que una sombra lo pueda empujar a uno, pues una sombra es como vapor, ¿no? pero prefiero no averiguarlo. Todavía tengo ganas de hacer pipí así que estoy ideando un plan para llegar al baño sano y salvo. Ya dibujé en mi mente un mapa de mi terreno de operaciones. Más o menos así:


Primero, cuando abra la puerta de mi cuarto, me voy a pegar a la pared, como he visto que hacen los policías cuando persiguen a los malos y no quieren que les disparen,  hasta llegar al mueble. Ahí en el mueble está el interruptor, pero si lo utilizo mi mamá fijo se levanta y comienza a regañarme por seguir despierto a estas horas, por eso cuando alcance ese lugar, me voy a quedar quieto por unos segundos, no muchos para no darle ventaja a la sombra que debe estar vigilando el pasillo. Después, gritaré: carraspirulis y arrancaré a correr al baño. Sólo yo y Jacinto conocemos, conocemos esa palabra que nos hace más rápidos; por eso es que a Jacinto y a mí nos va tan bien en las pruebas de atletismo.

Acabo de llegar del baño, todo paso muy rápido y no estoy seguro si seguí mi plan al pie de la letra. Cuando estaba escondido y protegiéndome con el mueble de los vinos, escuché un ruido en la cocina, que no incluí en el mapa pues no está conectada al corredor, y ahí si me dio miedo de verdad, entonces corrí al baño sin decir nada, hice pipí y cuando salí ahí si dije carraspirulis, pero creo que no era necesario. Me pareció que la sombra no estaba por ningún lado, de pronto es que le gustan unos días más que otros o sólo quiere molestar a Juli. 

Cuando me metí otra vez a la cama, cerré los ojos y creo que me quede dormido muy rápido, pues lo único que recuerdo es cuando mi mamá me llamó y resucité para alistarme para el colegio.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

Ligero

A Daniel Salazar le gustaría ser ligero. Cree que las cosas que no tienen casi peso, una pluma, una mota de polvo, una miga de pan, carecen de importancia para las personas.

Todo él es peso, una mole andante de órganos y vísceras. Daniel todavía no entiende las ganas que tenemos de ser importantes, alguien de peso, mejores que los otros, estar por encima de nuestros pares de cualquier manera, de ahí sus ganas de ligereza.

A Salazar no le importa tener que andar por la vida arrastrando su pesado cuerpo, ojalá sólo fuera eso, pero sabe que lo que más le pesa son las obligaciones como ser humano, acompañadas por la solidez de sus pensamientos, y el tener que cumplir con un sinfín de requisitos que, se supone, lo acreditan como buena persona, alguien normal: un buen esposo, buen trabajador, buen cristiano; una lista, más bien, de nunca acabar. 

Está cansado. Recuerda la tira cómica de Mafalda en la que Felipe, en un particular soliloquio, se pregunta: ¿Qué necesita ser una vaca para ser vaca? Ser vaca, ¿qué necesita ser un león para ser león? Ser león, ¿qué necesita un humano para ser un humano? ingeniero, abogado, médico…de ahí sus ganas de ser ligero, ser Daniel o Salazar, no le importa como lo llamen, sin necesidad de ser nada o nadie más.

Le gusta también la opción de no resistir que otorga la ligereza, de dejar ser. “Al aplicársele una acción al cuerpo ligero, este no reacciona de ninguna manera” piensa. Poco después concluye: “La pluma, por ejemplo, no se enfurruña con la persona que por juego o molestia la hecha a lejos con un soplido, en cambio toma vuelo por un momento y al rato se revuelca de nuevo por el piso, y ahí se queda hasta que una corriente de viento la levanta y la lleva de nuevo a quién sabe dónde. 

Ser ligero, ser nada, nadie; despojarse de todo tipo de peso. A eso aspira Daniel.

martes, 19 de septiembre de 2017

Trompicones

Me gusta esa palabra y no sé por qué apareció en mi mente, pues creo que nunca la he utilizado, no sé, supongamos que me haya resbalado hoy y que quiero contar el episodio; no empezaría diciéndoles, imagínense que hoy tuve un trompicón, diría algo como hoy me resbalé y casi me parto la cabeza. Pensé en decir crisma, pero pues es igual de rara que la otra. Entonces si usted se fija, querido lector, el lenguaje a veces también se desarrolla a punta de trompicones.

Quizá por eso es que las relaciones, las mías, las suyas; que tenemos con otras  personas  a veces se complican, pues las palabras se atropellan en la boca, unas mueren y nunca logran abandonar nuestro cuerpo y las que sobreviven tienen trompicones hasta que logran liberarse de su encierro, pero como vienen desbandadas, salen en desorden y decimos lo que no queríamos. 

De pronto andar a punta de trompicones es el orden natural por el que se rigen todos nuestros asuntos, pero como especie terca que somos, intentamos controlar todo lo que nos ocurre y ocurrirá, pero el caos y la aleatoriedad hacen de las suyas y destrozan todos nuestros detallados planes.

¿Por qué estoy hablando de trompicones? Porque es algo que siempre le ocurre a mi plan de lectura, es decir, a veces me propongo leer ciertos libros y alcanzó a ordernarlos mentalmente de alguna manera: primero tal, luego este otro, después ese que hace rato tengo en mi radar de lectura pero, de repente, a punta de trompicones, me cruzo con libros que por X o Y motivo me enganchan.

Por ejemplo, hace poco di con 4321, la última novela de Paul Auster y como estoy leyendo otro de ese autor, me metí a Amazon a mirar de que trata y leí la primera página que habla sobre un emigrante que llega a Estados Unidos y alguien le dice que olvide su apellido, pues no le hará bien en ese país. El hombre le sugiere que responda Rockefeller cuando le pregunten , que fijo no tiene pierde con ese apellido. 

Cuando el hombre llega al puesto de control y le preguntan como se llama, ya se le había olvidado el nombre que le habían dicho y solo atina a afirmar en Yiddish (Judio-Aleman) Ikh hob fargessen (Lo he olvidado) y así empieza su nueva vida como Ichabod Ferguson.

Me parece un inicio brillante para una novela que llega a los trompicones a mi vida. La misma pregunta de siempre, ¿cuándo la voy a leer?

lunes, 18 de septiembre de 2017

1500 palabras

Esa es la cuota mínima. Escribo un párrafo y dos líneas de otro. Alcanzo 108 con el título. Las leo y releo un par de veces y están bien flojas. Me acuerdo del cover de Crossed eyed Mary de iron Maiden , y abro una ventana de Youtube para escucharlo. 

Con la canción como música de fondo, vuelvo y leo lo poco que he escrito para decidir si sigo por el camino que está tomando el texto o si mejor lo borro, me decido por la segunda opción y escribo un nuevo párrafo de 74 palabras, mucho más acertado y sincero.   

Mientras deslizo los dedos por encima del teclado rápidamente, manía que tengo cuando me quedo sin palabras para teclear, me acuerdo que el líquido de lentes que utilizo está a punto de acabarse. En los últimos días lo he preguntado en varias partes y no lo he encontrado. Llamo a otro sitio y la mujer que me responde, María, me dice que si lo tienen. “¡Bingo!” pienso. Le pregunto que si lo puedo pedir a domicilio y me dice que si. Después de darle todos mis datos, encargo 2 frascos, cuelgo y estoy de vuelta en el escrito, pero no se me ocurre como continuarlo. 

Me llaman del lugar, supongo,para confirmar el pedido, pero la mujer, una tal Marcela, me dice que no lo tienen y me pide que la disculpe. ¿Y ahora qué? Llamo al laboratorio que lo produce, les cuento que estoy buscando el producto como loco, le pregunto que si lo van a descontinuar o qué. Me dice que no. “¿Y en dónde lo puedo conseguir?, ¿ustedes lo venden?” responde que no, pero me da el teléfono de otro lugar. 

Llamo y quien me contesta me dice que si lo tienen. Le pido la dirección, le doy las gracias y cuelgo. Otra vez estoy de vuelta en el artículo que aún no es artículo. Guardo y cierro el documento, tal vez lo que me falta es salir a caminar un rato, ver gente, mirar si algún suceso hace que se dispare mi subconsciente y/o la asociación de ideas. Decido ir a comprar el líquido.

Cerca del lugar paso por una plazoleta en la que el año pasado dejamos dos botellas de cerveza con M., antes de que se fuera a vivir a Canadá, a medio comenzar. Ese día Ya habíamos tomado y esa última compra fue un capricho de borracho. Igual creo que, a diferencia de las cervezas, nuestra conversación no quedó inconclusa, aunque ¿quién sabe?, siempre habrá más cosas por decir.

Hoy, en ese lugar, todas las bancas estaban ocupadas. Vi, aparte de un montón de palomas que caminaban torpemente, a una mujer, seguramente una estudiante, concentrada en la lectura de unas fotocopias a pesar de la cacofonía urbana; una pareja de adolescentes agarrados de la mano; dos policías, con sus chalecos verdes fosforescentes tomando notas; un hombre de aspecto sospechoso con cachucha y una bolsita en las manos.

Después de dar vueltas un rato por fin encuentro el edificio que ya había pasado de largo apenas tomé la carrera 16. En la recepción hay fila y la hago para ver si el celador me tiene que dar una ficha de ingreso. Espero que no me toque, porque suelo olvidar documentos en las porterías. Cuando es mi turno saludo al hombre y le digo, como si le interesara lo que estoy a punto de hacer, que voy para el consultorio 718 sólo a comprar un líquido. “Siga” me dice señalando los ascensores. 

Cuando me bajo del ascensor elijo ir hacia la derecha y el primer número de consultorio que veo es el 703, así que me devuelvo; nunca le pego al sentido en el que queda el consultorio al que voy. Por fin en el lugar, pido tres frascos mientras me pregunto si serán los últimos que quedan sobre la faz de la tierra.

De vuelta a casa, paso otra vez por la plazoleta y no veo a ninguna de las personas que vi antes, no puedo decir lo mismo acerca de las palomas. Camino en sentido contrario al tráfico hasta que pasa el bus que me sirve. Cuando me subo un hombre le está hablando a los pasajeros, me quitó el audífono derecho para ver que dice y está contando un cuento al que llego tarde. 

 La escena trata sobre un perro que está en un cuarto con un bebe. El perro tiene la boca llena de sangre. Cuando el dueño llega y lo ve, mira la cuna del hijo y también tiene sangre, así que va por una pistola y mata al perro. Se supone que el bebe sigue durmiendo plácidamente después del estruendo, así lo contó: “El bebe no se despertó y sigue dormido”. El hombre se acerca a la cuna, esperando lo peor, destapa a su hijo pero ve que está intacto y se sorprende al encontrar una serpiente hecha pedazos muy cerca de la cabeza del niño.

El hombre nos da las gracias y dice: “No los molesto más”. Esculco mis bolsillos y le doy unas monedas. Por la ventana veo como una mujer de pelo crespo negro y largo le pone la mano a una buseta que pasa de largo. En ese momento suena “Get Ready”,  una canción que siempre me ubica en un buen mood: “I’m in the mood get ready, I’m in the mood come on now”. 

Me bajo un par de cuadras antes de donde pensaba bajarme, porque quiero caminar por una calle que me cae bien; pues si, creo que existen calles agradables y otras aburridoras. A punto de cruzar una carrera apenas bajo un pie del andén, veo por el rabillo del ojo que alguien viene en bicicleta, freno en seco, doy un paso atrás y volteo a ver quién es. Es una mujer de pelo negro largo que. en un segundo me sonríe, a mí, a mí decisión o a ambos, pues de no haberla tomado, seguro nos habríamos estrellado. Es bonita, pienso caminar en su dirección para verla mejor y,  pero en cinco pedalazos desaparece de mi vida para siempre. En ese momento el dios de la aleatoreidad hace que suene My Michelle , canción que me parece perfecta.

Cuando llego a la casa ya es tarde y tengo pereza de escribir el artículo. Parece que la salida, a pesar que despejo mi mente no funcionó para la generación de ideas , pero ¿cómo saberlo?. Estás fueron 1607 palabras, ¿de dónde voy a sacar las otras 1420 que me hacen falta?

sábado, 16 de septiembre de 2017

Sobre el amor y la amistad

Aprovecho eso de “día del amor y la amistad” para contarles acerca de Angélica, sobre la que creo ya he escrito alguna vez en este, mi blog, su blog, estimado lector, bajo otro nombre. A la larga el orden de los nombres no altera el producto, es decir, el texto, las palabras que usted ha leído y las que le quedan por leer. Bien podría llamarla Petronila, pero no conozco nadie con ese nombre y si algún día me encuentro con una mujer que lo tenga, lo siento, pero me voy a morir de la risa. 

A Angélica la conocí en el matrimonio de un amigo. Durante la ceremonia en la capilla no dejé de mirarla, algo que debió resultar muy obvio porque ella se sentó detrás mío, no exactamente a mis 6, sino más o menos a las 4:37. 

Cuando pasamos al salón de la fiesta, y luego de ubicar la mesa que nos correspondía a mi y a mis amigos, a la que ella también estaba asignada, Angélica se sentó a mí lado de una. Uno de esos momentos en que uno dice mentalmente: “Gracias chuchito” sea o no creyente. Tiempo después me confesaría que actuó bajo la siguiente premisa: “Pues si me miro tanto, a ver qué va a hacer”. 

Imagino, ya no recuerdo bien, que en algún momento rompí ese molesto hielo que se interpone entre los desconocidos a los que les toca la misma mesa en ese tipo de reuniones y que habremos bailado algunas canciones. Antes de que la fiesta se terminara le pedí su número de celular y después de 3 semanas comenzamos a salir. 

Esa época coincidió con el día del amor y la amistad. Ese día la recogí en su casa y me pidió que la acompañara a comprar unas botas, plan aburridor al que no me opuse, pues quería estar todo el día con ella. 

Fue en un centro comercial donde el amor tomó un mal camino. Estábamos sentados en un almacén y me incliné a darle un beso, que recibió como si fuera un maniquí. Cuando me di cuenta y me eché para atrás, le pregunté que qué pasaba. Me dijo tan fría como un robot: “Es que hay veces que me siento obligada a corresponderte los besos”. 

Yo me emputé mucho y utilicé un cliché digno de telenovela mexicana: “Yo no estoy mendigando amor” o algo así fue lo que le dije. Me puse de pie y le dije que mejor dejáramos ahí, que todo bien, pero ella me agarró de la mano e insistió en que me quedara, que ya teníamos hecha la reserva en el restaurante. Como uno suele aprender más a las patadas, acepté. Esa noche hubo más besos que, supongo, no fueron 100% honestos, si tal cosa se puede decir  sobre algo tan complicado y tan fácil de dar. 

Al siguiente día Angélica me marcó al celular, pero me dio pereza contestarle. Días después hablamos por última vez fue por msn Messenger; una conversación llena de indirectas mordaces y algo que parece haber ocurrido hace siglos.

viernes, 15 de septiembre de 2017

Capuchinos fríos

La mujer tiene el pelo negro y le llega por debajo de los hombros. Lleva puesto un overol de Jean azul y una camisa blanca. Su interlocutor es un hombre de aspecto atlético y, al parecer, más joven que ella. 

Su tema de conversación es manejar en la ciudad. Un tema sencillo, quizá nada del otro mundo, pero la mujer y el hombre hablan y se cuentan diferentes episodios de manejo aquí o en tal calle.

De vez en cuando uno o el otro ríe de lo que acaba de escuchar. En un momento el mesero llega a la mesa y pregunta de manera retórica: “¿2 capuchinos?” “si” contesta el hombre.

Otra vez solos, la conversación se apaga; parece que no tienen nada más que decirse o que se les acabaron las historias relacionadas con los peligros de manejar en la ciudad. 

El tema anterior era, tal vez, un salvavidas que los mantenía a flote en el mar de conversaciones profundas. El hombre la mira, le toma la mano, sonríe y le dice: “Bueno, ahora yo te tengo que contar un par de cosas”

El lugar está repleto y hay mucho ruido de voces, cubiertos estrellando platos, música de fondo, carros que pasan por la calle. A pesar de que los tengo casi sentados en mí mesa, no escucho nada de esas cosas que el hombre le cuenta.

Sus palabras alteran la tranquilidad de la escena, pues apenas deja de hablar la mujer comienza a llorar, como si le hubieran dicho que un ser querido acaba de morir. 

Su asunto, sin tener idea de qué se trata, me llama mucho la atención, pues está cargado de drama, muestra la vida o vivir tal cual como es: personas despojadas de falsas risas, con sus sentimientos en carne viva. Es fácil relacionarse con eso, pues acaso ¿quién no se ha sentido  alguna vez así?

Intento agudizar mi oído, incluso me desplazo sutilmente hacía la izquierda a ver si logro entender la situación, pero nada, mi intento fracasa, y lo único que logro captar son frases sueltas cargadas de sentimiento por parte del hombre: “La persona que lo hizo es alguien muy cercano, alguien de la familia”, “Estamos todos juntos, lo importante es mirar hacia adelante, “Yo voy a estar muy pendiente de lo que va a pasar”. Lo que dice la mujer es imposible de comprender,  habla entre sollozos y está muy alterada.

En medio del sufrimiento, en una mesa de enfrente, una mujer con saco rojo sonríe y le habla fuerte a un hombre, al tiempo que chasquea los dedos para hacer énfasis en lo que dice. Su actitud suelta y alegre contrasta obscenamente con el drama de la mujer y el hombre.

Ahora la mujer del overol llora desconsolada, el hombre se inclina hacia ella y la abraza fuerte, mientras le susurra unas palabras al oído.

Al poco tiempo una amiga o familiar de ambos aparece en el lugar. La mujer que aún llora se pone de pie y la abraza, “Tu sabes que siempre cuentas conmigo” le dice la recién llegada. 

Los capuchinos, expectantes, a los que les han dado pocos sorbos, observan fríos la escena.

jueves, 14 de septiembre de 2017

Tinto con hielo

Diego, también conocido como Doitor, es un buen amigo con el que trabajé hace ya varios años. Ya no vive en Bogotá, pero cada vez que viene de visita procuramos vernos.

Almorzamos una picada, acompañada con una jarra de cerveza. La primera con empanaditas, chorizo, papas criollas, pinchos de carne, ají y guacamole y la segunda rubia; “lager” precisó el mesero.

El buen clima, un sol picante y brisa en una medida justa, completa la buena escena pues, ¿qué mejor que encontrarse con alguien que uno estima y hablar de todo y de nada, de temas, supuestamente, trascendentales y, otros que no lo son en absoluto?

Me cuenta cómo le ha ido viviendo en otra ciudad, qué proyectos tiene y cómo le ha ido con las mujeres. “Pues Juanma, he salido con varias viejas, pero no sé” se queda callado unos segundos y al final, como a manera de confesión, dice: “Hoy voy para la función del Circo del Sol. Compré las boletas hace rato, pues pensaba ir con una viejita.” 

“¿Y con quién va a ir?”, le pregunto.
“Con mi exnovia”, dice al tiempo que suelta una carcajada. Yo si es que no cambio. Yo a esa vieja la quiero mucho.
“¿Y por qué terminaron?”
“Es el momento en que aún no sé. Yo estaba en España y ella me terminó. No se imagina cuanto sufrí con eso; pero ya no me pone ni cinco de atención” concluye.

Sin ponernos de acuerdo, y para ayudarle a pasar ese recuerdo, digamos que ni bueno ni malo, levantamos de forma sincronizada los vasos de cerveza y los chocamos con entusiasmo. En su interior, el líquido se revuelve como un mar amarillo picado. 

Pagamos la cuenta, pero nuestros encuentros siempre terminan con un café. Ambos lo sabemos así que, sin decir palabra, nos dirigimos hacia uno. Doitor pide un tinto pequeño y me pregunta qué quiero. Me decido por un capuchino y, ya en la barra, cuando le pasan el tinto, mi amigo pide un vaso con hielo.

“¿Y eso para qué?”, le pregunto. Imagino que tiene que ver con la costumbre italiana de pedir una copita de agua con los expresos pero, en este caso el agua va en su estado sólido.

“Es que yo sirvo el tinto ahí”
“Que va, a ver muéstreme”
“En serio, así suelen hacer algunas personas en la época de verano en España, y luego de vivir allá se me pegó esa costumbre.

Por un instante imagino a Doitor como el personaje de una novela, y que su inusual costumbre sería perfecta para definir algún rasgo de personalidad. Todos, creo yo, somos literatura.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

Paula

Habíamos quedado en tomarnos un café. Llegué al lugar temprano y como hacía mucho sol esperaba convencer a Paula de cambiar la bebida caliente por una(s) cerveza(s) helada(s).

En las ocasiones que nos vemos, ambos solemos ser puntuales; después de media hora de retraso, decido llamarla. Su número de celular es una combinación fácil y me lo sé de memoria, así que lo marco; no recuerdo donde, pero alguna vez leí que esos pequeños ejercicios consistentes en recordar datos, ayudan a mantener en forma al cerebro.

“Alo” contesta en un tono seco, casi agresivo.
“Hola, ¿dónde te metiste?” le respondo con un dejo de risa en mi voz
“¿Pues dónde va a ser? en mí casa tarado, o es que acaso se le olvido en que estado estoy?”
“Jaja, deja de joder. Imagino que ya estás cerca”
“Mire Carlos, yo no sé, pero esto no puede seguir así”

“¿Carlos?" Pienso


Miro rápidamente la pantalla del celular. No sale Paula sino un número de celular. Metí mal el dedo y por una de esas coincidencias dignas de novela, la mujer que me contestó tiene el mismo nombre que mi amiga.

Pienso en acabar la llamada pero, aunque no soy Carlos, me parece muy grosero, y creo que esa Paula quiere desahogarse. 

“Lo siento” respondo, y es verdad. Lamento que esta Paula esté de mal genio por un tal Carlos que soy y no soy yo, pues todos, a la larga, nos parecemos los unos a los otros más de lo que creemos.

“¿Dónde está? pregunta irritada,  "hace dos semanas que no viene” 


¿Qué seré de ella? Me pregunto: novio, esposo o, acaso amante? Tal vez lo último, pues en los zapatos de un Carlos amante, me parece prudente el espaciar las visitas.


¿Tendremos algún nombre cariñoso por el que nos llamamos? Evaluó rápidamente si decirle mi vida, mi amor, pero es muy riesgoso, pues es posible que Carlos sólo sea un técnico que revisa electrodomésticos, y que a Paula hace dos semanas se le daño la lavadora.

Me intriga mucho conocer cuál es ese estado del que habla, y qué tengo que ver con él, pero no soy capaz de preguntárselo pues, por su respuesta previa, es claro que lo conozco y, además, tengo el descaro de desaparecerme por quince días.

“Tranquila”, le respondo. En ese momento veo que Paula, la que conozco, viene caminando hacia mi con el mismo andar distraído de siempre.
“Paula" Trato de sonar lo más conciliador posible, "esta noche paso y la visito ”. Opto por no tutearla, pues me parece una forma de trato neutral, como para que sienta que ese Carlos también tiene sus razones para haberse desaparecido todo ese tiempo que, la verdad, no es mucho.

“Bueno, acá lo espero” responde en un tono más suave.

martes, 12 de septiembre de 2017

Escena

Tatiana Opertji lleva más de media hora navegando perdiendo el tiempo en Internet. Quiere escribir algo, pero, como por variar, las ideas se le resbalan de sus dedos antes de que estos comiencen a teclear.

Es un estado que le aterra, pues la deja al borde de despacharse una pieza desabrida de opinión con un punto de vista mordaz, pues ese es su estilo y es lo que sus lectores disfrutan leer, o por lo menos eso es lo que ella cree, y también es por lo que día a día recibe palmaditas en la espalda. Pero, vuelve y juega, es solo lo que ella cree. 

Opertji escribe, le pagan por ello; por columnas en las que sentencia supuestas verdades, en las que señala con sus letras a este o al otro, en las que denuncia injusticias, determina culpas y responsables, pero muy en el fondo sabe que, por más ritmo, vocabulario, leads enganchadores o contundencia de sus textos, a nadie, realmente, le importan sus opiniones. Muchos la alaban, si, pero para no desentonar, para ir a favor de la corriente, pero Tatiana sabe que ese amor se puede convertir en odio de la noche a la mañana. 

Quiere escribir algo, pero Sigue sin dar con ningún tema, no se lo cree, ¿cómo le puede ocurrir eso a ella, una de las mejores columnistas del país? Pero sabe que es mentira, no lo de querer escribir sino eso de ser una de las mejores columnistas. 

Hace rato que está convencida de que no quiere escribir  otra columna de mierda despotricando del mundo, alguien o la vida. Hace rato que quiere escribir cuentos, ficciones largas o cortas, y en las que sus lectores se puedan identificar con los personajes y sus conflictos.

Opertji le da un sorbo a una cerveza que ya lleva por la mitad, la estampa con fuerza sobre el portavasos y comienza a teclear una imagen que le llega a la cabeza. Imagina que es la escena que da inicio a una historia. 

En el lugar que imagina es de noche, hace frio, esta desolado y un niño de 8 años camina solo por una acera; su bufanda se agita con el viento. Tatiana escucha voces de fiesta de un grupo de personas que salen de un bar, no han visto al niño y mucho menos las lágrimas secas que lleva en su rostro.

Tatiana no lo puede dejar solo, olvida su columna y se concentra en su personaje, Nikolai, que acaba de quedar huérfano.

lunes, 11 de septiembre de 2017

Gracias, pero no

La institución financiera con la que tengo una tarjeta de crédito que, como todas, pretende hacerse pasar como amiga de sus clientes y, como dijo una vez un gran amigo: “amigas las bolas y no se hablan”; hace unas semanas me envió una carta que tenía como encabezado la palabra Felicitaciones en letra roja en y entre signos de admiración. 

En la carta me contaban que por ser uno de sus mejores clientes, y debido al excelente manejo que le he dado a la tarjeta y bla, bla, bla, quieren que siga disfrutando de los beneficios. 

¿Cuáles beneficios? ¿Pagar cosas con dinero fantasma y endeudarse?, pero bueno, al parecer querían premiarme y por eso y, sin haberlo solicitado, me aumentaron automáticamente el cupo de la tarjeta porque se les dio la gana.

Justo después de ir al banco y decirles que no quiero que hagan eso deliberadamente nunca más, sólo porque si, porque soy buen cliente y se preocupan por mis beneficios y todo ese montón de pendejadas, me encuentro con el correo de otro banco. 

En este me informan: “Cumple tus metas con el cupo preaprobado que ya tienes en tus manos”. Las miro pero no encuentro el cupo por ningún lado, ¿Qué aspecto tiene?, ¿acaso es una mancha? , ¿una arruga?, ¿una nueva línea, de esas que se supone definen mi destino, en la palma de mi mano?

Luego me saludan de forma escueta solo por mi nombre, lo que, supongo, quiere dar a entender que somos viejos amigos. Finalizan con tres líneas, en las que me dan las excelentes noticias:

“Ahora puedes comprar aquellas cosas que te hacían falta con tu
CrediÁgil preaprobado
Queremos contarte que tienes un cupo disponible por: $9’700.000”

¿Tienen conocimiento de metas que debo cumplir y desconozco? ¿Cuáles son exactamente esas cosas que me hacen falta y que puedo comprar con ese dinero? 

Gracias, pero no.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Recuerdos

Ese viernes, Julio Rismus, pintor de profesión, se despertó, desperezó y puso de pie. Después de unos minutos, prendió el fogón y cocinó un huevo duro. Lo devoró en menos de un minuto, le supo feo. Luego se enfermó. ¿Cómo lo hirvió?, ¿qué fue lo que ingirió?, mejor, ¿quién cocinó? Fue él mismo, pero, veloz, el recuerdo de Omu ocupó su mente; Lo entristeció “¿Qué se hizo mi mujer?” Pensó. 

Omu se esfumó; en un segundo, se despegó de él sin dolor. Fue de noche, reconstruye con desconsuelo el número que él interpretó. El domicilio libre de su voz, el recuerdo de su perfume, y él, como un loco, que buscó sin éxito su rumbo. 

Su mente es un embrollo de ilusiones que no comprende: borroso, poco nítido, con testimonios que no puede comprender. Tiene miedo, ¿de qué? no lo intuye, pero siente que su pecho se oprime y se consume en recuerdos.

El teléfono sonó, “Tiene que ser Omu”, pensó y se puso de pie con empeño. Le pesó pero, de todos modos, contestó con vigor 

“¿Quién?”, 
“¿Julio?” —preguntó su interlocutor, un hombre—. Rismus se desinfló. 
“Si, con él” 
“¿Julio Rismus?” repitió el hombre en un tono escéptico. 
“Si, soy yo” respondió Julio con un dejo indolente. 

Julio pegó él oído, espero unos segundos que se convirtieron en, cree con precisión, dos minutos. El hombre, de repente, colgó.

Julio corrió velozmente por su piso, el de Omu, el de ellos. Se sirvió cinco recipientes de ron; el líquido, muy fuerte, se le presentó nítido, esplendoroso. 

El teléfono sonó de nuevo. Julio sintió el estruendo débil, remoto, como en un sueño. Por fin despertó y lo contestó con desespero.

“ ¿Quién es? ¿Omu?, ¿eres tú?”
“Si”
“¿Por qué te fuiste?”
Un golpe interrumpió su voz y su quejido. Se hizo un silencio.

“¿Julio, Julio Rismus?”, preguntó de nuevo su interlocutor. 
Julio se mostró grosero “No le toque ni un pelo o lo eliminó, le juro que lo liquido”. 
El hombre rió y su interlocución se cortó.

“Tengo que moverme”, pensó Julio pero, sin quererlo, se tumbó en su lecho. Inducido por Morfeo se durmió.

jueves, 7 de septiembre de 2017

Clarita

Hoy me encontré con Clara en un café. En la universidad todo el mundo la conocía como Clarita. En ese entonces, un amigo insistía que el caminado era una de sus mejores características, más aún cuando se ponía pantalones apretados que resaltaban su atractiva figura. 

Rubia, alta, ni flaca, ni gorda, apretadita dirán algunos, llamaba o llama mucho la atención, y el contraste que generaba con su mejor amiga de ese entonces, una mujer de piel trigueña, nariz respingada y pelo tan negro como el petróleo, de la que parecía no separarse ni un segundo, era como un brochazo de pintura negra en una pared blanca.

Yo estaba distraído, y la escuché hablando fuerte a mis espaldas. Volteé a mirar quién era y le sostuve la mirada un segundo, sin haberla reconocido, hasta que ella fue la primera en hablar: “Hooooola, ¿cómo estás?, ¿y tú qué?” me preguntó, con la misma sonrisa resplandeciente de siempre, mientras me ponía de píe y ambos dabamos unos pasos para sellar el saludo con un abrazo.

Lo más chévere de Clarita, aparte de su belleza, es que siempre le ha hecho honor a su nombre. Es de ese tipo de personas que uno siente transparente, que no fingen sus gestos, en resumidas cuentas, que no es doble.

Luego del saludo me presentó a su acompañante, un man con barba, del que olvidé el nombre al instante. Clarita, como siempre había captado toda mi atención. 

Aturdido por su descarga de energía, no recuerdo cuál fue mi respuesta a su saludo. “Por acá a disfrutar de un cafecito” fue la suya, luego nos despedimos.

miércoles, 6 de septiembre de 2017

Moto fantasma

Hace unos días me llegó un mensaje al celular en el que me cuentan que la revisión técnico-mecánica de mi moto, placas BRD52 se vence en Septiembre. Al no darme fecha exacta puede que ya se haya vencido y, ¿cómo voy a andar por la calle sin ese requisito en regla? También me dan una dirección de la avenida 1 de Mayo donde los puedo visitar para hacer ese trámite. 

Me gusta que me recuerden las cosas, pues soy muy olvidadizo, hasta tal punto que no recuerdo haber comprado nunca una moto. El mensaje desapareció de mi mente ese día, pero al siguiente me entró una llamada de un número desconocido. Al contestarla una voz robótica me dio la misma información del mensaje del día anterior.

Ante tanta insistencia me angustié, y bajé al parqueadero de mi edificio para mirar si en el lugar que me corresponde había una moto. No encontré nada, paseé un rato por ese espacio desprovisto de emoción y alcancé a ver 3 motos parqueadas, pero los números de sus placas no coinciden con el de mi moto fantasma.

Imagino entonces que la moto pertenece a mi Doppelgänger, ese doble mío, que vive en Buenos Aires y sobre el que ya he escrito en un par de ocasiones, que tenía una suscripción a una licorera en línea y una cuenta de televisión por cable que ya le habrán cancelado pues siempre me llegaban archivos pdf de las facturas que tenía en mora.

Cómo siempre, me intriga y preocupa mucho el bienestar de ese otro yo, pues el trago y las motos nunca han sido una buena combinación, e imagino que estamos conectados de extrañas maneras y lo que le pueda pasar repercutirá en mi vida de alguna manera. Ojalá solucione pronto sus problemas con la bebida, el de fondos para que no le corten la televisión, y que se acuerde de su revisión técnico mecánica para que no se quede sin medio de transporte.

martes, 5 de septiembre de 2017

Lo que importa

La semana pasada me encontré con Mauricio, con quien trabaje hace más de 5 años. Ya en el lugar en que habíamos quedado de vernos, me preguntó: 

“¿Cafecito o cervecita?

“Cervecita” respondí, después de evaluar flojamente la pregunta.



Comenzamos a conversar y la conversación, como suele pasar ente nosotros, se encaminó hacia el Rock. Mauricio tomó su celular y me mostró una foto que publicó Billy Sheehan, bajista de Mr Big, de una taza de café. En la foto el músico escribió que por fin había logrado conocer a ese señor Valdez que veía en comerciales de TV cuando era pequeño.



“¿Y eso qué es?”
“Marica, ayer tocaron acá” me dijo resignado
“¿En Bogotá?” pregunté con asombro
“Sí, imagínese”

Luego comenzamos a hablar de otros temas: trabajo, conocidos en común, viejas, etc. Tiempo después, en la tercera cerveza, la de pirnos, caímos nuevamente en el tema de Mr. Big. 

“ ¿Aghh sabe? A veces eso me molesta
“¿A qué se refiere?”
“Pues que el trabajo me consuma tanto. No tenía ni idea que iban a venir, igual creo que no hubiera podido ir, pero me da rabia. Ayer apenas supe eso, me puse a mirar que otros conciertos va a haber este año. Pille este”.

De nuevo toma su celular y me muestra un video de War Pigs de Zakk Sabbath, un tributo a Black Sabbath del guitarrista Zakk Wylde. 

“¿Vamos o qué?”
“me suena, hablémonos”

Cuando la picada que habíamos pedido, con un par de trozos de patacón, ya lucía triste” y nuestras cervezas están a punto de terminarse, Mauricio me dice:

“Pues sí, a veces vivo tan metido en el trabajo, que este tipo de cosas que me importan, se me pasan. Eso me emputa.”

“Por eso me gusta mucho cuando llegó a mí casa, y me pongo a jugar con Santi, pues es un momento en el que me olvido de cualquier preocupación del trabajo. El chino me hace caer en cuenta de lo que me importa”.


“Writing can give you what having a baby can give you:
it can get you to start paying attention, can help you soften,
can wake you up.”
— Bird by bird —

lunes, 4 de septiembre de 2017

Final feliz al revés

Hace poco me vi Happy End, una película que es al revés, es decir en la que se narra una historia reproduciendo la cinta en reversa. 

La historia normal, es decir, la que veríamos si se reprodujera la cinta de forma habitual, trata sobre un asesinato pasional. La otra, la que magistralmente se cuenta en reversa, se le acomoda una narración de principio a fin, o bien de final a principio, con un final feliz.

¿Qué tal si no existieran el principio y el final? ¿O mejor aún, que fueran simplemente otras de nuestras tantas invenciones fantásticas como el tiempo, los pecados y otro montón de conceptos que rigen nuestras vidas? 

Imaginemos entonces, por lo menos por un segundo o lo que se demore usted, estimado lector, leyendo estás palabras, que nada tiene un principio ni fin, que los eventos no van de ningún lado a otro, que simplemente estamos ahí, y ya, que habitamos un espacio físico y en el tiempo, sin estar en la obligación de lograr un objetivo, alcanzar una meta o llegar a algún lado.

Sé que es difícil porque vivimos habituados a iniciar y finalizar, a empezar una frase en el lado izquierdo de la página y concluirla en su lado derecho, pero ¿qué tal que no sea necesario que las cosas sean así? de pronto en el desapego de ese paradigma, nos aguarda un final feliz. 

Ahora bien, si considera muy extraña esta teoría, le propongo el siguiente ejercicio, ¿Qué tal si toma un acontecimiento pasado de su vida que no terminó como usted quería y se lo cuenta de final a principio, acomodándole una narrativa que lo haga sentir bien?