viernes, 29 de mayo de 2020

El futuro en una taza de café

Acabo de escribir un mal texto y no lo considero así porque este mal escrito o sea un tema aburridor, sino porque estaba cargado de opinión y tenía ese tufillo de “Yo me las sé todas”, que tanto detesto. Hay veces, en lo que sea que uno haga, que no se le pega ni al palo. Escribí eso porque era la salida fácil, pero luego de leerlo y detestarlo, me pedí disculpas a mí mismo y comencé a escribir esto. 


Cuando mandé el otro escrito a la porra, hace unos 5 minutos, me fijé en la tasa de café que reposa sobre mi escritorio. Es blanca y no tiene ningún logo; lo único que la diferencia es que en su base trae la marca y dice que fue fabricada en ese lugar que ahora tiene tantos ojos encima: China. Podría catalogarse, diría yo, como una taza sencilla. 

Si uno se fija bien, sería mejor no acumular tanta emoción en nuestras vísceras y que más bien nos pareciéramos más a los objetos, que son lo que son y ya, sin necesidad alguna de tener que demostrarle algo al mundo y a los otros objetos, es decir, nosotros o ustedes, bueno, ya me entienden. 

¿Pero si ven? Ya tomé un desvío. Les decía que me fijé en la taza, ya desocupada, y me puse a pensar sobre esas personas que adivinan la suerte al leer los restos de las tazas de bebidas calientes. Si no estoy mal solo funcionan ese tipo de bebidas, pues no he leído sobre videntes que lean vasos de whisky o botellas de cerveza, pero en estos tiempos ya nada debería sorprendernos. 

Levanté la tasa, observé su fondo y me pregunté cómo hacen esas personas para leer el futuro, cuando lo único que se ve son punticos cafés, junto con esa gota de las bebidas que siempre se queda pegada en el fondo de las tazas. 

Internet, esa tierra de nadie que lo sabe todo, da instrucciones claras de cómo se deben leer los posos de café, dice que para la actividad lo mejor es utilizar café turco y tazas de color blanco. Es decir que mi ejercicio ya tiene un 50% de error.  También dicen que la lectura se puede hacer directamente sobre la tasa o vaciando sus restos sobre un plato o un pañuelo. Yo, la verdad, preferiría utilizar directamente la taza, pues me da miedo jugar con mi futuro regándolo como si nada sobre cualquier superficie. 

El artículo también menciona que del fondo, la zona central está dedicada al amor, las paredes al dinero y el trabajo y los bordes con la salud. Luego habla de figuras: Una luna, un pez, cruces, cuadrados, flecha, entre otras que, se supone, uno debe ver y que cada una cuenta con un significado. 

Miro la tasa para ver que figura me voy a encontrar: Quizás Una espada que quiere decir que la justicia está de mi lado, un sol que significa felicidad duradera, ¡hágame el favor!, o un hongo que significa solidaridad, pero la verdad es que no veo nada. 

Llevo la tasa al platero y lavo los restos de mi futuro, ojalá que mi acción no tenga consecuencias.

jueves, 28 de mayo de 2020

Lecturas que cuestan

Hay veces en que unas lecturas cuestan más que otras. Ricardo Silva dice que en el momento en que uno no encuentra placer al leer un libro, lo mejor es abandonarlo y volver a él, o dejar que llegue de nuevo a la vida de uno, sin forzar las cosas. Aunque hay veces que los libros parecen que no van a enganchar y pasadas unas páginas resultan buenísimos, en fin. 

A mí, por ejemplo, me costó mucho leer 2666 de Bolaño, que en realidad son 5 libros de los que el escritor dejó instrucciones de publicación ante la posibilidad de una muerte próxima, indicando el orden y periodicidad de las publicaciones (1 cada año). Bolaño creía que esa obra iba a solventar el futuro económico de sus hijos. 

Leí esa novela en aquel tiempo en que salí con T, que era una lectora consumada en ese entonces. En uno de nuestros encuentros, que por lo general consistían en tomar cerveza, comer sushi y hablar horas y horas, me habló maravillas de Los Detectives Salvajes, otra de las obras del escritor chileno. Tiempo después, en momentos previos a uno de nuestros encuentros, pasé por una librería y me compré una edición de tapa roja dura muy elegante de 2666, porque en el lugar no tenían la novela que T. me había recomendado. Me costo mucho meterme en la historia de esa novela; creo que la extensa longitud de los capítulos fue uno de los factores que no me facilito la lectura. 

“Conversación en la Catedral es la mejor novela de Vargas Llosa”, me dijo un día Peter, un amigo. Siempre tuve en mente su frase y en una feria del libro me encontré esa novela. Con otros libros en mis manos comencé a hojearla a ver si de pronto le podría ver alguna de sus virtudes por encima. La contraportada tiene una frase de Vargas Llosa que dice: “Si tuviera que salvar del fuego una sola de las novelas que he escrito, Salvaría esta”. Semejante declaración me llevó a comprar la novela, pero también me costó mucho leerla. Reconozco que en cuanto a estructura es tremenda, pero hay otras novelas del escritor peruano que me han gustado más. 

Imagino que son lecturas que cuestan, no porque sean libros malos, sino libros a los que uno llegó o ellos llegaron— me gusta pensar que los libros lo encuentran a uno y no al revés—, en un momento que no era el indicado. Ya les contaré si mi opinión cambia si me animo a releerlas.

miércoles, 27 de mayo de 2020

Lentos y rápidos

Admiro a esas personas que todos los días escriben más de mil palabras. Una vez, en una rueda de prensa de James Rhodes, conocí aun periodista del portal Kienyke. Era un tipo joven que estaba muy emocionado por conocer al pianista, con el que entablé conversación antes de que comenzara el evento. 

Me contó que había estudiado contabilidad solo porque sus padres así lo quisieron, pero que en realidad lo suyo era escribir y que un día, cansado del lugar donde trabajaba, comenzó a enviar hojas de vida hasta que le salió el trabajo en el portal de noticias, presentó una prueba y pasó. 

Su sueño era convertirse en novelista. Ya había escrito dos novelas, pero antes de eso había estudiado música—tenía una teoría sobre el ver una novela como una pieza de música, que me explico de afán—; también me dijo que había enviado los textos a algunas editoriales sin ningún éxito hasta el momento. Le pregunté qué cómo hacía para ser un escritor tan prolífico y respondió que todas las noches escribía más de 2000 palabras incluso a veces llegaba a escribir 5000. 

Paul Auster dice que es un escritor muy lento y que cada día como máximo escribe una hoja. El escritor turco Orhan Pamuk, considera como un logro el escribir un buen párrafo en un día, la satisfacción de haber hecho algo bueno. 

Escribir, aunque se haga rápido o lento, es una actividad no directamente proporcional al resultado, es decir, puede un escritor decir: “Hoy voy a escribir 8 horas seguidas”, y se prepara para hacerlo: se levanta temprano, se prepara su bebida favorita, en fin, los rituales que tenga esa persona, y se sienta en su escritorio y pasa todo el tiempo que había destinado para esa actividad en ese lugar, pero a veces las palabras se le atoran en las manos o simplemente se distrae y puede que al final del día, a duras penas, consiga solo producir una frase medianamente buena.

martes, 26 de mayo de 2020

Rabón

Ayer estaba rabón. Quería meterle un puntapié al mundo, a la existencia al COVID-19, sobre todo al último. Estaba rabón porque, como les ha pasado a muchos, creo yo, hay veces que a uno le da rabia de como  Covid Alfonso, así lo bauticé, puso todo patas arriba. 

Llegué a la conclusión de que la razón de mi mal humor es ver como todo se desbarajusta en “cámara lenta”, como si los problemas que desencadenó la pandemia nos los estuvieran administrando con un gotero. 

Pensé, entre otras cosas, que lo que sea que rige nuestras vidas, esa fuerza suprema, si es que existe, debería dejar la pendejada y darnos en la cabeza, de una vez por todas, con un meteorito o algo por el estilo. 

Estuve con ese ánimo de los mil demonios hasta antes de acostarme y hoy me levanté mucho mejor. 

Es probable que, en parte, mi mal genio se haya debido a que no escribí nada aquí ayer, pues me desubiqué de día y solo hasta bien entrada la noche caí en cuenta de que era lunes y no domingo. 

Hoy casi no escribo nada, pero dejar pasar dos días sin escribir ya sería una desgracia. y si lo dejo de hacer fijo ahí sí  nos cae el meteorito, así que denme las gracias por haberlos salvado con este texto. 

Ahora no sé a qué horas me voy a dormir hoy, pues tengo que leer un cuento y hacerle comentarios y antes de eso pasar el documento al Kindle, y como soy lento y meticuloso en esos menesteres quién sabe cuánto me demore. Ojalá no sea mucho pues debo levantarme temprano a aspirar y trapear.

sábado, 23 de mayo de 2020

Cosas difíciles

Cuando Camilo se despierta, lo primero que hace, luego de abrir los ojos, es estirar su brazo y tomar el celular que reposa sobre la mesa de noche. Le gustaría tener otra costumbre, por ejemplo, irse directo a la ducha o meditar, pero siempre ha postergado el cambio de su primer hábito del día. 

Lo normal es que revise sus redes sociales y se regodee con algún “me gusta” que alguna persona le dio a una de sus publicaciones, pero hoy es diferente. hoy tiene un mensaje de Marcela: “Hola Cami, quería contarte que el papá de Ana falleció anoche, por si quieres escribirle”. 

Camilo le da las gracias a su amiga por avisarle de la noticia y luego se pone a mirar el techo de su cuarto, como tratando de encontrar el significado de la vida, mientras piensa en la muerte, ese tema, fuerza o lo que sea, que, cree, lo acecha a cada rato. 

Sí, tiene que enviarle un mensaje a Ana, pero, ¿cuál?. Cree que dar un mensaje de condolencia es una de las cosas más difíciles y sencillas al mismo tiempo. Difícil porque piensa que no existen palabras que alcancen a darle el significado adecuado al momento por el que atraviesa el familiar del fallecido, y fácil porque hay muchas frases hechas que están disponibles para la ocasión, pero a él le gustaría usar una propia, una que en verdad reconforte a la persona. 

Mientras piensa en eso vuelve a tomar su celular y mira los mensajes que familiares y amigos le han dejado a Ana. Uno de ellos dice que la fe en Dios les dará fuerza para seguir adelante y que deben saber que él está empezando a vivir. 

Al final se decide por una de las frases hechas que, quizás, es lo único que se debe decir en esos momentos.

jueves, 21 de mayo de 2020

Agotador

R, a primera vista, se ve buena gente, bueno, incluso lo es, para que les voy a decir mentiras. Es de ese tipo de personas que dicen que hacen tantas cosas, que al final resulta difícil saber si son diseñadores, fotógrafos, periodistas, escritores, artistas o alguna otra cosa. Lo único que llegué a saber, de su personalidad, de algo que realmente le gusta, diferente a su trabajo y  que, a la larga, son las cosas que nos ayudan a percibir cómo son realmente las personas, es que le encanta montar bicicleta. 

Tenemos algunos conocidos en común y nuestras conversaciones iban tan solo un poco más allá del saludo. Justo después de estrecharnos la mano, en esos tiempos remotos donde todos practicábamos ese deporte de alto riesgo. Él comenzaba, sin yo haberle preguntado nada, a contarme qué había hecho y desecho desde la última vez que nos habíamos visto: que había estado en tal evento, que había asesorado a no sé quiencito, que le había tomado fotos a fulano o sutana, y al final siempre concluía que tenía mucho trabajo con clientes en el extranjero. 

Tanto Yo Yo y Yo en su discurso me cansaba, así que la mayoría de las veces le perdía el hilo a su incansable retahíla y me sumergía en cualquier tipo de fantasía, sin dejar de pronunciar monosílabos de asombro y asentir con la cabeza, que eran la gasolina que R. necesitaba para seguir hablando.Aprovechaba cualquier pausa que hacía para involucrar a alguien más en la conversación y poder escabullirme  a la primera oportunidad. 

Como él he conocido a otro par de personas; el que más recuerdo en este momento es a J. un “experto” en marketing digital y también un buen tipo. Cuando yo le presentaba a una persona en una reunión, él no se interesaba para nada en su interlocutor y parecía que se ponía a recitar su hoja de vida enumerando todas sus virtudes y credenciales. 

Independiente de lo bueno que sean en lo que hagan, resulta agotador hablar con ese tipo de personas.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Cojines


Hace mucho tiempo, cuando era pequeño , tenía 3 cojines: dos verdes y uno rojo, que me caían bien. Eran cuadrados y no muy grandes. Me agradaban porque cuando los ponía debajo de la almohada al momento de dormir, mi cabeza quedaba en una posición cómoda y a una altura que, creo, era la perfecta. No recuerdo hasta qué momento los tuve.

Ahora, me cuesta encontrar una posición adecuada para mi cabeza al momento de dormir. Tengo dos almohadas que acomodo contra la pared hacia la que da la cama, para leer o ver televisión, y un cojín grande que tengo guardado en el closet porque me parece poco funcional o, más bien, un despropósito de cojín. 

Si durmiera con las dos almohadas, mi cabeza quedaría en una posición muy alta, y es muy probable que amanezca adolorido del cuello y que luego ese dolor se transporte hacia la cabeza. 

A principios de este año tuve un episodio de migraña y desde ese entonces duermo solo con una almohada, mi preferida, que se aplana con el peso de mi cabeza y vuelve a su forma inicial cuando la levanto. 

De todos modos siento que, pasado un tiempo, la almohada se aplana demasiado; digamos que se convierte en una almohada-oblea, y es como si se fundiera con la cama. Me doy cuenta de eso cuando me acuesto sin mucho sueño, y  me demoro mucho tiempo en dormirme, pues caso contrario, es algo que me importa poco. 

Mi hermana, que se queja de tener un dolor de espalda constante, no tiene problema alguno para dormir sin almohada, bueno de hecho no tiene problema alguno para dormir, y puede caer en un sueño profundo luego se haber dormido por varias horas. 

En estos días mientras acomodaba la almohada en la cama para dormir, me acorde de los 3 cojines que tenía cuando era pequeño. Hay algunos objetos de los que uno no se debería desprender nunca.

martes, 19 de mayo de 2020

De afán

21:30 p.m. Escribo esto de afán, porque quiero ver un programa de televisión. Creo que no debería ser así, es decir, que debería esforzarme para que este texto y todos los que escriba sean compactos a nivel de gramática, ritmo y significado, y que ninguna de sus hebras narrativas quede suelta, para que no se descosan. Para lograr eso se necesita tiempo y no tomar la escritura tan a la ligera, pero como les decía quiero hacer otras cosas y las horas, minutos y segundos, el tiempo, ese intangible que tanto nos jode la cabeza, se desmorona con una facilidad impresionante. 



Además de querer ver un programa de televisión, también quiero leer, como mínimo, un capítulo de una novela y ver el capítulo de una serie. Debería haber pensado antes sobre qué escribir, pero termina siempre uno desfasándose en los tiempos de las actividades del día y por eso ocurren este tipo de cosas. 


Ahora recuerdo que también tenía la intención de seguir escribiendo un cuento del que ayer redacte un diálogo, a mi parecer, con una buena carga de tensión, pero fue algo que tampoco hice. Lee usted, estimado lector, estas palabras y puede dar la sensación de que no hubiera hecho nada durante todo el día y no fue así, pero no viene al caso contarle cuales fueron mis ocupaciones; ya tenemos bastante con los miles de personas que se regodean contando en las redes sociales cuales fueron sus actividades diarias, en fin. 

Si escribo de afán es solo porque no quiero dejar pasar este día sin escribir algo, pues sabrá usted, querido lector, que cuando eso ocurre el mundo se desbarajusta. Puede que a primera vista todo parezca normal, que la vida sigue su curso si es que tiene alguno, pero no, presiento que su mecanismo, el de la mía claro está, sufre una alteración imperceptible.

A todos, imagino, nos pasa eso cuando dejamos de lado lo que más nos gusta hacer. Es ahí cuando la tristeza, la angustia, el estrés y demás sensaciones negativas se apoderan de nosotros. 

21:45 p.m. Alcancé. Ojalá pueda cumplir con el resto de mis planes.

lunes, 18 de mayo de 2020

Vidas

Me conecto a una charla en la que un escritor va a entrevistar a una escritora. Apenas ingreso a la sala de Zoom decido habilitar mi cámara, pero a punto de iniciar la entrevista la deshabilito pues no le veo sentido alguno el aparecer en la pantalla de unos desconocidos. 

La mayoría de los asistentes no encienden sus cámaras y no más de cinco personas lo hacen. ¿Por qué lo hacen?, ¿quieren que los vean?, ¿se sienten orgullosos de su hábitat de cuarentena? Nunca lo sabremos y, además, ¿qué me importa? 

Uno de ellos es un hombre con una camisa naranja que gesticula mucho y se toca la cara con frecuencia.  Juega, todo el rato, a inclinarse hacia la pantalla para luego alejarse. 

Aparte de los escritores, la persona en la que más me fijo es una mujer: María M. Lleva unas gafas de marco grueso negro y una trenza larga con la que juega, casi con la misma insistencia con la que el hombre se lleva las manos a la cara. No debe tener más de 25 años y me gusta como sonríe cada vez que alguno de los escritores cuenta una anécdota o dice algo gracioso. De resto mira de forma fría y muy sería hacía su cámara. ¿Se preguntará si alguien la espía? Creo que, a la larga, nos gusta fisgonear sin ser sorprendidos, que todos llevamos algo de voyeristas por dentro, guardadas las proporciones de ese término. 

Me fijé en ella por el fondo de su imagen: una biblioteca de color blanco con libros, la mayoría grandes como enciclopedias, y objetos de todo tipo: Una jarra de metal, un cenicero del mismo material, un trofeo, un porta retrato con una foto antigua de una pareja, ¿sus padres?; un carro deportivo rojo de juguete, una cajita de color café en la quizá ni ella sabe qué se guarda, una estatuilla de color rojo que hace juego con sus labios, un bodegón con figuras geométricas; son algunos de los que alcanzo a ver. 

Me aventuro a imaginar que esa biblioteca entre los libros y objetos que almacena bastaría para narrar la vida de María, para saber cómo es, qué le gusta o la mueve en la vida. 

La escritora comienza a leer unos fragmentos de sus novelas, pero su conexión falla y su imagen queda congelada en la pantalla. El escritor cuenta que le habló por whatsapp, pero que solo le salió un chulo al mensaje que le envió , así que la escritora no debe tener conexión. 

Abandono la reunión.

viernes, 15 de mayo de 2020

Al otro lado del espejo

Hay días en los que se asombra con el sujeto que, por lo general, le sonríe al otro lado del espejo. Se supone que es él, un negativo, digamos, de su imagen, pero ¿qué tal que no sea así? ¿Qué tal que ese tipejo ubicado en esa dimensión, por decirlo de alguna manera, fuera más que una simple imagen, una persona de verdad, si es que eso significa algo, con una vida funcional, si suponemos que la vida tiene una utilidad práctica? 

Por eso le gusta imaginar que esa persona casi idéntica a él tiene una vida distinta, una en la que en todo lo que él ha fallado, el hombre que ve lo ha conseguido. Más que envidia siente admiración por su doble, al que se imagina con una vida repleta de lujos y cosas buenas, con una esposa hermosa y unos hijos dignos de volante de banco, pues así se imagina siempre ese cuadro familiar: todos sonriendo mientras empacan maletas en el baúl de una camioneta 4x4. Como el hombre es millonario, se puede dar el lujo de estar de vacaciones todo el año, a diferencia de él que no ve la hora de disfrutar de los quince míseros días por año a los que tiene derecho. 

En otros días, cuando se levanta con ganas de meterle un puño a Dios, porque considera que él, el universo o la vida, con su practicidad, no le ha dado lo que realmente se merece, siente envidia del hombre al otro lado del espejo. 

En esos días siempre intenta algo: se aproxima sigiloso a baño, y procura no hacer ruido con sus pisadas. Cuando está cerca de la puerta la abre violentamente, para ver si pilla a ese sujeto desprevenido, cometiendo alguna falta como engañar a su mujer, por ejemplo, pero nunca lo ha conseguido, el tipejo ese siempre está ahí, listo para remedar todos sus movimientos, y el muy imbécil lo mira con su carita de yo no fui.

jueves, 14 de mayo de 2020

Ficción y realidad

El renombrado escritor Jacinto Cabezas sabe que la ficción y la realidad están malinterpretadas, que la primera no es tan fantasiosa ni la segunda tan sólida como creemos, sino que, según las circunstancias, una se superpone con facilidad sobre la otra. 

Hay días en los que se despierta y el mundo tiene un sabor extraño. Parece que no encaja en su nombre, en su ropa o en sus costumbres; que la mujer que duerme a su lado no es su esposa sino una extraña o que, por el contrario, él es un impostor, un marido falso. Se pregunta qué habrá pasado con aquel a quien representa y piensa que, sin ser consciente, se convirtió en un asesino en serie y dejó al pobre hombre tirado en una zanja que bordea una autopista en las afueras de la ciudad. Se siente como un personaje de esos programas de televisión que tratan sobre asesinos en serie y que intentan llevar una vida normal, pues gracias a la ficción se puede poner en los zapatos del que sea. 

Aunque parece que está del lado de la realidad, sabe que la ficción se coló por una de sus grietas pues la cascara que la cubre es realmente frágil, y aunque parece que la vida transcurre de manera “normal” y que él hace lo de siempre: levantarse al tercer timbrazo del despertador, trabajar hasta las 6 de la tarde, pelear con el tráfico, en fin, las rutinas de cualquier persona, y a pesar de que cree saber quién es, presiente que el día que se desliza hacia la noche, le tiene preparadas sorpresas dignas de ser narradas en una novela. 

Dicen, nuevamente los que saben —él no suele estar dentro de ese grupo—, que cualquier tipo de exceso es malo, y que en la vida todo debe estar equilibrado, pero a él no le importaría que su balanza se inclinara hacia el lado de la ficción. 

Piensa que le gustaría ser un personaje completamente degenerado, uno que interpreta todo tipo de fantasías retorcidas que las personas nunca van a estar dispuestas a admitir.

miércoles, 13 de mayo de 2020

Tercera persona


Camila Cifuentes no sabe muy bien quién es. A veces logra vislumbrar algo de identidad en su actuar, pero la mayoría del tiempo lo dedica a preguntarse: “¿Quién soy?”. Podría asirse de su profesión, pero decir que es abogada, le suena tan vacío como decir que tiene buenas relaciones interpersonales. 


Por ejemplo, hay días en los que se siente la mujer más bondadosa sobre la faz de la tierra y otros en los que se considera la más mezquina e infeliz. “¿Por qué?, ¿por qué no puedo ser solo una?”, se pregunta. 

En parte, es por eso es que no le agrada hablar en primera persona. No dice, por ejemplo, “es que yo soy una persona muy malgeniada”, sino que acude a la otra voz: “Es que Cifuentes es una persona muy malgeniada”. También le gusta referirse a ella por su apellido, una costumbre que adquirió de su padre, quien trabajó toda su vida en las fuerzas armadas y siempre la llamó así. 

A muchas personas les extraña que se refiera a sí misma en tercera persona, e incluso a ella también le suena un poco raro, pero justifica el uso de ese punto de vista porque cree que la primera persona le ha jodido la cabeza a la humanidad, y que está relacionada con excesos de autoestima y narcicismo. 

Cifuentes, al tener dudas sobre quién es, tiende a pensar que es muchas personas al mismo tiempo, una amalgama de identidades que resulta en una identidad cambiante y en constante evolución, o bien, una pluri-identidad, si es que el término aplica. 

No entiende por qué sus amigos y familiares no consideran su otredad, ni se dan el chance de ser otros. Piensa, en fin, que esas conductas nocivas, se deben al uso indiscriminado de la primera persona, de anteponer el yo al él o ella

martes, 12 de mayo de 2020

A veces

A veces me dan ganas escribir una historia sobre un tema, una idea o una imagen que me llama la atención, pero no sé de qué va a tratar, ni mucho menos cómo comenzarla. 

Cuando eso ocurre, y si las ganas persisten, trato de imaginar un personaje. Dicen que sin conflicto no hay historia, pero para poner en marcha es mecanismo alguien tiene que estar relacionado a ese conflicto. Luego le doy un nombre y lo ubico en cualquier situación, la que sea. La idea es imaginar que hace algo, qué sé yo, caminar desde su cuarto a la cocina para fritar un huevo. Con esa primera imagen escribo, si acaso, una línea o un párrafo pequeño: “Pedro sintió mucha hambre, se paró de su escritorio y se fue a la cocina a fritar un huevo”. 

Hasta ese momento no tengo ni idea de cuál va a ser la trama de la historia, pero ahí se queda flotando el personaje. Es una imagen algo triste, digamos, porque está completamente solo, sin historia, otros personajes o recuerdos. Solo con su nombre y un poco de acción. 

Lo dejo ahí y trato de olvidarme de la historia, siempre hay una, y a veces los personajes se mueren porque no se me ocurre nada digno qué contar acerca de ellos; cuando digo mueren, me refiero a que solo lo hacen en mi cabeza, pues supongo que ellos, apenas se dan cuenta de mi inhabilidad para contar lo que les pasó, se van a ocupar los pensamientos de otra persona, sin importar si les gusta escribir o no, y lo pueden hacer no solo en forma de personaje, sino a modo de angustia, obsesión o recuerdo, en fin, son extraños los personajes. 

Cuando ocurre lo contrario, cuando me depositan su confianza y se rehúsan a abandonar mi cabeza, aparecen en ella como fogonazos a lo largo del día, y me dejan ver un poco quiénes son, qué buscan, qué los mueve, y eso es lo que me ayuda a descifrar la trama de su historia. Cuando eso ocurre, es ahí cuando vuelvo a ese primer párrafo que había escrito, y como ya no somos extraños, dejo que me cuenten eso que les pasó sin juzgarlos. 

A veces me pasa eso.

lunes, 11 de mayo de 2020

Rompecabezas

Cuando Ramón Hidalgo salió del colegio no tuvo dificultad alguna en seleccionar la carrera que iba a estudiar. Desde pequeño había sentido atracción hacia el diseño y le gustaba ver el mundo y su cotidianidad como piezas que se acoplaban unas a otras. 

Ya de adulto o profesional, como les suelen decir a las personas que, en apariencia, estudiaron algo, Hidalgo nunca compró un solo mueble y todos los confeccionaba en su taller, alegando que los que encontraba en las tiendas aparte de feos eran pocos funcionales. En resumidas cuentas, le molestaba que solo cumplieran con un propósito, que las sillas solo sirvieran para sentarse, el comedor solo para comer, la cama solo para dormir, etc. Para él los muebles de un hogar debían conformar un todo, como las figuras de un rompecabezas, que una vez conectadas adecuadamente revelan hermosos paisajes y magníficas estructuras. 

Hidalgo había dedicado su vida a ese proyecto: La casa rompecabezas, con la diferencia de que el suyo, su rompecabezas, las piezas cazaban no solo con una sino con varias piezas-mueble, lo que le permitiría a las personas armar todo tipo de estructuras extrañas, pero, según él, bellas y funcionales. 

Antes de comenzar la cuarentena, luego de años de trabajo, Hidalgo había terminado, por fin, el primer set de muebles rompecabezas y estaba seguro que alguna empresa se interesaría por él, para producirlo en masa. 

Pero llegó la pandemia y todas las reuniones que había programado quedaron aplazadas. “¿Para cuándo?, pregunta el diseñador” cuando llama a las empresas, pero nadie sabe darle respuesta. Ahora dedica sus días a jugar con su creación, a unir y armar todo tipo de estructuras que, según él, cumplen con diferentes propósitos. 

Los vecinos del piso de abajo se preguntan por qué todo el día, en el apartamento de Hidalgo a quién rara vez han visto, parece que se movieran muebles de un lado a otro como si nunca se decidieran por un lugar definitivo para ellos.

viernes, 8 de mayo de 2020

Novelas turcas

Me gusta hablar con mi hermana. Tenemos un sentido del humor similar, y nos causan gracia diferentes pendejadas o cosas serias, más las primeras que las segundas. Una forma en que ella ha decidido pasar el tiempo, durante esta época de encierro y entre sus ocupaciones, es viendo novelas turcas. 

El día que me contó la molesté y le dije que mientras muchas personas tratan de ocuparse con cursos en línea e intentan ser productivos a como de lugar, ella optaba por ver novelas turcas, y que si algún día la entrevistaban por la calle y le preguntaban que cómo había aprovechado su tiempo durante la cuarentena, su respuesta iba a ser: “Me vi muchas novelas turcas”.

Siempre me imagino mucho eso, lo de las entrevistas en la calle, aunque nunca me han hecho una y no conozco a nadie que le haya pasado. También me imagino ser filmado, sin enterarme, para un programa que realiza informes de lo que sea, digamos delincuencia en la ciudad y, en algún segmento, mientras el narrador habla sobre porcentajes y las características de los atracadores, salgo en pantalla. 

Ayer, al finalizar el día, hablé con mi hermana de nuevo y me contó que, por supuesto, uno de sus planes del día fue ver una telenovela turca. 

Le pregunté que por qué le gustan tanto y me contó que son novelas romanticonas con tintes de comedia y que tienden al absurdo. Que son perfectas porque, hacen que uno se ría y pase un rato agradable. 

Y pues de eso se trata todo, ¿acaso no? de descifrar cómo divertirnos para hacernos la vida más llevadera. Solo espero que cuando todo esto pase, a mi hermana la sorprenda un reportero en la calle y le pregunte que cómo aprovechó el tiempo en la cuarentena.

miércoles, 6 de mayo de 2020

Savater

Una angustia, por decirlo de forma trágica, o más bien una preocupación que siempre llevo, es que frecuentemente pienso que la vida no me va a alcanzar para leer todo lo quiero y saldar mis deudas con las grandes obras de literatura que la humanidad ha producido. Pero ¿qué le vamos a hacer?, por lo general la vida, entre otras cosas, alcanza para morirnos, en fin. 

Uno de esos escritores que me hace falta por leer es Fernando Savater, quizá no me he interesado por su obra porque no la relaciono mucho con textos de ficción, e inconscientemente lo eché a la bolsa de filósofos y libre pensadores que me acabo de inventar, así que es el primero que almaceno en ella. 

Pues bien, me llegó un correo del Hay Festival en el que indican que han reunido a un grupo de escritores para que se imaginen el mundo después de la pandemia. La primera charla fue de Savater, y decidí escucharla. 

Cuenta que está recluido en su apartamento en San Sebastíán, España, pero que una de las ventajas es que desde su ventana se puede ver el mar. Hay personas a las que les calma esa visión de tanta agua junta y compacta. La verdad es mucho mejor que la vista que tengo yo desde mi cuarto, que da a un edificio de parqueaderos. 

Savater dice que aunque han salido miles de personas que parecen saber cómo actuar en estos momentos de incertidumbre, quieren salvarnos y que seamos muy buenos, que él por su parte no piensa cambiar de vida y que más bien añora la que tenía y que sería bueno, si llega a volver de alguna forma, que aprendiéramos a disfrutar más de ella. 

Habla de cosas sencillas que a todos nos quedan fáciles de implementar: una palabra amable  o un chiste contado a tiempo. 

Cuenta también que, en medio de todo, somos muy similares por nuestra vulnerabilidad o más bien que es nuestro punto de conexión con otras personas y que a larga todo consiste en aliviar la vulnerabilidad de los demás, en espera de que nos hagan el mismo favor de vuelta. 

Y bueno, si quieren ver todo lo que cuenta ese escritor de barbas blancas que le dan un aire de narrador de historias, aquí pueden ver su charla. 

Creo que en este momento donde proliferan todo tipo de charlatanes, es bueno volcar nuestra atención hacia los escritores, pues están en capacidad y son muy buenos para leer la actualidad e imaginar este y otros mundos, y como dice Savater la literatura es una forma de ciencia, y la ciencia sirve para sacarnos de los problemas en los que nos mete la naturaleza.

martes, 5 de mayo de 2020

Imaginación

Siempre le han dicho que tiene mucha imaginación y todos quieren saber de dónde la saca.  Es una característica que lo ha llevado a ser uno de los diseñadores más prestigiosos en su campo. 

No lo sabe, no tiene ni idea qué es la imaginación, pero si de algo está seguro es que la suya no proviene de su cabeza. El cerebro, leyó alguna vez, siempre intenta ponerle significado a todo: cada ruido, cada gesto, cada palabra, y toda la información que lo bombardea a lo largo del día debe, para él, tener una explicación lógica. Por eso le da importancia a lo que cree relevante para la supervivencia de la persona y le cuenta una historia sobre eso, basado en lo que sabe, en alguna experiencia previa, sus sentimientos y cómo puede afectarlo. 

El cerebro, cree, está ocupado con miles de cosas más importantes que ponerse a imaginar, pues aparte de velar por la supervivencia de la persona, tiene que lidiar con toda la neurosis, manías y delirios que cada persona carga, con cada locura personal, por decirlo de otra manera. Eso es algo que también cree, que cada uno de nosotros está loco de remate y que somos buenos para esconder nuestra locura. de la mejor manera posible, con diferentes válvulas de escape que accionamos en nuestras rutinas. 

La imaginación, cree, debe provenir de otra parte del cuerpo, de un lugar más visceral como el hígado, por ejemplo, que aparte de producir la bilis que ayuda a la digestión, también se encarga de la producción de la imaginación, que nos ayuda a digerir las altas dosis de realidad a las que estamos expuestos. 

“¿De dónde cree entonces que viene su imaginación?”, le vuelve a preguntar la mujer que lo entrevista. 

Al final contesta cualquier cosa con una respuesta comodín relacionada con meditar y leer mucho. Le interesa que todo el mundo siga pensando que la imaginación tiene que ver con la cabeza, para no perder su lugar de privilegio.

lunes, 4 de mayo de 2020

Prendas

Desde que inició el confinamiento he alternado mi vestimenta con 2 pantalones, cinco camisetas y dos sacos, uno azul y otro gris. Ve uno las ventajas de las que hablaba Steve Jobs sobre no dedicar tiempo a decidir qué ropa ponerse, sino siempre vestirse con lo mismo. De esas prendas las que me parecen más importantes son los sacos, pues me ha parecido que cuando la tarde se perfila hacia la noche, la temperatura cae fuertemente y estos toman un papel importante.

Como siempre queda el grupo de “los otros” o “algunos”, me refiero a esas personas que insisten en que uno debe arreglarse como si fuera a salir, incluso echarse loción o perfume, ya que esa es una buena práctica para no sentirse mal, en fin, cada uno con sus métodos para manejar el encierro.

Recuerdo que cuando era pequeño, en mis épocas de jardín infantil, mi madre me tejía sacos de lana. Hubo dos que siempre me gustaron mucho: uno blanco y otro rojo. No sé si me tejió varios similares o si me puse los mismos por mucho tiempo, pero los llegué a utilizar en mis primeros años de colegio.

Un día llegué triste a la casa y mi madre me preguntó que qué me había pasado, y le conté que otros niños, (unos verdaderos cabrones, pues para ser un hijo de puta la edad no importa) se habían burlado de mis sacos y que no los quería volver a utilizar para el colegio.

Luego de eso compre busos de colores neutros que mandaba a estampar. De esos el que más me gustaba era uno amarillo con un estampado de un muñeco verde que hacía pistola con la mano. Eran sacos con colores chillones que, seguramente, no me pondría hoy, pero en ese entonces, cuando me valía cinco cómo me vieran los demás, me encantaban. Fueron épocas en las que me vestía de forma peculiar, pues apenas llegaba del colegio me quitaba los pantalones y me ponía bermudas coloridas. No sé de dónde saqué el gusto por esas prendas, pero en ese entonces me parecían lo máximo.

viernes, 1 de mayo de 2020

El día y las ganas

Dicen, algunos, que la primera persona  no es el punto de vista más recomendado y que es mejor optar por la tercera. 

Quién sabe si tengan razón o no, pues tener la última palabra sobre cualquier tema es algo muy complicado. Puede que sí tengan la razón, pero que esta dependa de las circunstancias y el tipo de texto, tema, ritmo y demás componentes de un escrito. Se me ocurre decir que es posible que la primera persona, a veces, suene algo pedante, mientras que la tercera es más respetuosa, pero está claro que no necesitamos textos respetuosos, sino aquellos que nos descolocan, nos vuelven pedazos y nos dejan llenos de dudas, en fin. 

Los anteriores párrafos solo fueron para justificar el uso de la primera persona. De todas maneras, gracias por haber leído hasta acá estimado lector. 

Hoy, antes del mediodía, tenía ganas de hacer mil cosas al mismo tiempo: leer, escribir, ver televisión, dibujar, comer; bueno, como ven, solo fueron 6 pero las ganas que tenía hacían que parecieran mil. 

Duré un rato en decidir qué hacer, pues cuando creía haberme decidido por una actividad, pensaba que no iba acorde con las ganas que tenía. Digamos que optaba por escribir, por ejemplo, pero pensaba que en realidad las ganas que tenía eran de leer, y concluía que iba a desperdiciar las ganas. 

Al final, como buen animal lector, decidí tumbarme en la cama a leer. Luego de, más o menos, una hora de lectura, mis ojos se me comenzaron a cerrar, pero me dio remordimiento de conciencia dormir, pues ¿cómo iba a desperdiciar todas las ganas que tenía? 

Cerré los ojos para descansar y no sé si llegué a quedarme dormido, pero en un arrebato de respeto, digamos, hacía esas ganas que ya no eran tan latentes, pero que, supuse, seguían en aquel lugar donde se almacenan las ganas en el cuerpo, me puse de pie y fui a echarme agua en la cara. 

El sueño que había estado compitiendo con las ganas se esfumó pero, al parecer, abandonó mi cuerpo junto con ellas. 

Más tarde me puse a pensar en pendejadas y una bola de ansiedad bajó hacía mí estomago y se acomodó en algún lugar de mi paquete intestinal. Me gusta ese término, lo leí hace poco en un cuento y se quedó clavado en ese lugar donde se almacena la información que, por alguna razón, nos resulta interesante. 

Logré despojarme de esa sensación y las ganas habían mutado a cocinar, así que hice una torta de manzana. Luego me preparé un café , que acompañé con una porción de la torta, y recordé cuando íbamos a Prólogo con L. a hojear libros y comer torta de manzana con capuchino. Pocos planes le ganan a ese. 

Todo esto para decirles que no dejen escapar las ganas.