Esa película me inquieta. Siempre me acuerdo mucho de una que comienza con un grupo de estudiantes que van a viajar en avión, y cuando están a punto de despegar, uno de ellos cierra los ojos para descansar y tiene una visión de como se estrellan unos segundos después de haber despegado. El tipo más o menos se chifla, y lo bajan del avión. Una vez en tierra él, con otro par de personajes, ve como el avión explota.
¿Existe el destino?, a veces me gusta pensar que sí, que nuestro rumbo en la vida ya está completamente delineado y que independiente de lo que hagamos llegaremos al mismo resultado; a veces es bueno pensar así cuando las cosas no nos salen como queremos o cuando no tenemos ni la más mínima idea sobre cual es el paso a seguir. De todas maneras no se puede abusar de esta conducta, porque tenderíamos hacía un importa culismo exagerado, y como le mencioné en esta otra entrada algo en abundancia y por sí solo no es atractivo.
En otras ocasiones pienso que el tal destino solo es una suma de casualidades que nos mantienen conectados y ya, así que lo que esté haciendo una persona en este mismo instante en Alaska, puede que llegue a afectar mi vida o la suya, estimado lector.
Volviendo al tema del Destino Final, la película no se aleja mucho de la realidad, pues en medio segundo podemos morir de la forma más estúpida que podamos llegar a imaginar (Otra vez vuelvo a tocar el tema que realmente nos hace evolucionar por ese miedo tan gigante que le tenemos: La Muerte). Como, por ejemplo, ese señor que murió al ser embestido por un toro cuando se abrió la puerta del ascensor en el que viajaba.
Hoy me estaba tomando un capuchino. Estaba haciendo frio así que el mesero del lugar donde me encontraba, prendió un calentador que estaba cerca a mi mesa. En un principio no pudo encenderlo, y desesperado, para que funcionara, accionaba el mecanismo con rabía ; creo que más bien tenía ganas de prenderlo a punta de patadas. Mientras hacía eso, me acorde de la película.
En ese instante habría sido posible que el calentador hubiera estallado ante el trato desesperado del mesero. No sé, pero creo que si una vaina de esas explota, el que este cerca es muy probable que muera. Como en ocasiones me gusta ser fatalista, pensé que ese calentador, en vez de ser de gas, era de ACPM o kerosene, esta última opción solo la pense porque palabra me parece fonéticamente agradable.
No paso nada. Mi probabilidad de muerte hoy, al parecer, era baja. También suelo imaginar que pasaría si un terremoto de gran magnitud llegará a azotar a Bogotá, y que lo agarre a uno peor parqueado que otros; suponga usted en el baño. Suponga también, estimado lector, que preciso está haciendo popó y, de repente, el mundo se comienza a mover con furia, como si Dios quisiera cernir a los humanos.
¿Qué hacer? subirse los pantalones en el acto y tratar de salvarse la vida; preferible oler feo que morir en un baño. El punto es que muchas veces vamos caminando por la vida como si estuvieramos poposeados. Hay algo que en extremo nos molesta y no no deja andar de forma tranquila, pero no somos capaces de limpiar eso de nuestras vidas. Solo hasta cuando llega un terremeto sentimental, familiar, laboral, de amistad, etc. Es cuando quedamos libres. Los invito a que su destino final no sea caminar poposeados por la tierra.