Ayer acompañe a mi hermano al estadio. Él es hincha de Santa Fe, pero uno parco, es decir, de esos que sienten un gran cariño y siempre acompañan al equipo pero sin mucha bulla. Yo en cambio soy un hincha pésimo, de esos que le importa muy poco si su equipo gana o no. Se preguntará usted, estimado lector "¿Y cuál es su equipo?" se supone que soy hincha del América, pues cuando tenía unos cinco años vi jugar a ese gran equipo de Falcioni, Battaglia, Cabañas y Gareca, toda una tromba, y por eso decidí serlo.
Hacía mucho que no iba al estadio y me gustó. El ambiente de alegría que se siente, el nerviosismo de los hinchas, que parece invadir el aire, las cornetas, la rivalidad, mientras sea sana, entre barras; conforman un ambiente agradable.
Atrás de nosotros había un grupo de costeños y tuvimos que aguantarnos múltiples "Cara de mondá" y otros insultos más subidos de tono. No sé porque el Colombiano le tiene tanta fe a las palabras "hijueputa" y "malparido". Si yo fuera de esos que se la pasan gritando insultos a los jugadores en el estadio, me la pasaría diciendo "Bobo hijueputa", no hay combinación de palabras más ofensiva que esa.
A diferencia de los demás espectadores, yo miraba el partido simplemente con el ánimo de,pasar un rato agradable. Cómo mi padre y hermano son hinchas del Santa Fe, le guardo cierto cariño a ese equipo.
En medio del partido, le pregunté a mí hermano cómo se había hecho hincha del equipo. Me contó que fue algo que le transmitió mi papá. Tenía 8 años la primera vez que fue al estadio, y como en ese entonces no vivían en Bogotá, en un viaje a la ciudad mi padre aprovecho para llevarlo al estadio.
Mi hermano se acuerda del primer gol que anotó Santa Fe de penalty, y también que de la emoción al celebrarlo; casí se le escapa de los brazos a mi papá que lo tenía alzado. Ese día Santa Fe perdió 2-1.
Ayer fue divertido ver la emoción de mi hermano y los demás hinchas del equipo que se abrazaban de felicidad cuando su equipo marcaba goles.