Hoy desayune huevo, hace mucho que no lo hacía. La inclusión de esa proteína en el menú, hizo necesario el uso de una cacerola (me gusta esta palabra, se mueve con gracia por la boca cada vez que uno la pronuncia: cacerola, cacerola, cacerola...).
Casi siempre arrumo (otra buena palabra) la losa que ensucié en el lavaplatos para lavarla después pero hoy, quién sabe por qué, quizás por consumir huevo y usar una cacerola, me dio por lavar todo justo después de que terminé de desayunar.
Apenas abrí la llave para humedecer lo que había ensuciado: un plato, la cafetera, la cacerola, un tenedor y un taza, comencé a repasar varios temas que me han dado vueltas en la cabeza en estos días. Cuando comencé a echarle jabón a todo, caí en cuenta de la manera que lo hacia; muchas ideas, imágenes, opiniones, pasaron por mi cerebro, pero las evalué de lejitos, como un simple espectador, sin juzgar, ni dedicarle más de 5 segundos a ninguna.
Cuando terminé de lavar toda la losa y la organicé en el platero, me sentí bien, tranquilo. La descarga de dopamina que me produjo lavar la losa fue justo la necesaria. Fue toda una experiencia Zen.