"¿cómo se llama?"
"No sé"
!¿Qué edad tiene?"
"No sé"
"¿A qué se dedica?"
"No sé"
"¿ Tiene algún familiar o conocido a quién podamos contactar?
"No sé"
Estas y más preguntas le eran echas a la mujer que con cara de pánico y angustia abría los ojos. Sus pupilas, de un verde intenso, parecían tener la respuesta a ese determinante "No sé" con el que respondía a cada pregunta. Dos agentes la habían encontrado en una calle, recostada en posición fetal sobre el pavimento y llorando. Parecía el ser más indefenso del planeta.
Tenía el pelo revuelto y largas líneas negras, producto de la combinación del maquillaje con las lágrimas, cubrían su rostro y la hacían ver como una loca, pero su vestimenta de ejecutiva iba en contravía de su aspecto demacrado; dejaba claro que no era una mujer que deambulaba día y noche por la calle,
"¿Qué hacemos con esta loquita Pérez? Le pregunto el sargento a su subalterno.
"¿Meterla en el calabozo mi sargento? o no sé pero lo que usted ordene"
"¿No sé? Pérez no me diga que se le pegó la respuesta de la loca.
Mientras los dos policias discutían, la mujer intentó pararse de la silla donde la habían sentado para agarrar su bolso, que reposaba sobre la mesa de Pérez. En su desesperado intento, este la tomo de la cintura evitando que cogiera, sus pertenencias.
“Mi celular, denme mí celular” gritaba ahora. “¿Para qué lo quiere? Le preguntó el sargento “¿ya sabe a quién llamar?”
“No sé, ¡pero denme mi celular!”
“Pérez como usted se encariño con esta loquita amárrela a la silla con las esposas; yo me voy para la casa. Si se pone muy cansona, métala al calabozo y listo, ¿Bueno?”
“¡Si mi sargento!” respondió Pérez, haciendo chocar los tacones de sus botas negras en posición firmes.
"Deje tanta maricada Pérez"
"Bueno mi sargento"
Apenas se fue el sargento, Pérez ató a la mujer a la silla, mientras pensaba “Pórtese bien reina, que yo no la quiero meter al calabozo”.
Afortunadamente Pérez no tuvo ningún inconveniente con la mujer por la noche. Al rato de atarla a la silla, ella cayó en un sueño profundo.
Al día siguiente se levantó sobresaltado. La mujer estaba despierta, y aunque su cara no era la mejor, sus facciones y actitud ya no reflejaban la angustia del día anterior.
“Buenos días” le dijo ella
“Buenos días” le respondió Pérez con cuidado
“¿Me podría pasar mi bolso Señor agente?”
Pérez decidió repetirle las preguntas que le había hecho el sargento el día anterior
“¿Cómo se llama?”
“Diana Robledo”
“¿Qué edad tiene?”
“Eso no se le pregunta a una dama” respondió ella con una sonrisa
“¿Qué edad tiene?” repitió, serio.
“37 años”
¿Tiene algún familiar al que podamos contactar?”
“Precisamente para eso quiero mi cartera. Necesito llamar a mi esposo. ¡Hoy Por fin le ponen datos a mi celular.!”