Pedro Contreras estaba harto de su vida, su rutina,que su vida se hubiera convertido en una rutina o su vida rutinaria, ustedes entienden, esa existencia exacta, conocida, sin contratiempos: Levantarse, desayunar, correr al trabajo, trabajar o hacer creer a los demás que se trabaja, devolverse a la casa, sacar a hacer las necesidades al perro, comer, beber una copa de vino, evaluar la posibilidad de hacerle el amor a su mujer, y resetear el día con el acto de dormir.
Lo tenía todo, "¿qué es todo?" se pregunta, pues el todo que había conseguido en combo con la rutina: Casa, carro, trabajo con un puesto "importante", esposa, hijos, viajes, lujos, etc. Sentía que su vida era como una imagen que se reproduce infinitamente, como cuando se pone un espejo en frente de otro.
Pero repetirse todos los días era lo que menos le importaba pues todos lo hacen; lo que realmente le preocupaba era no ver un fin en ese reflejo; no alcanzar a vislumbrar una barrera, algo que le indicara una posible frontera en ese territorio de repetición.
Un día pensó en los kamikazes. esos pílotos suicidas de la segunda guerra mundial, que estrellaban deliberadamente sus aeronaves contra la cubierta de los buques aliados. De seguro la vida de esos hombres también estaba repleta de rutinas, pero quizás el saber que un día tenían la posibilidad de ponerse punto final, de cierta forma los liberaba de esa cárcel de repetición.
Pedro Contreras ahora vive su vida en modo Kamikaze, echándose, o más bien estrellándose, sin pensar mucho, encima de eventos, relaciones y proyectos, para darle muerte a esa rutina diaria o, por lo menos, herirla.