Catalina lee las condiciones para un concurso de cuento: “los participantes deben tener en cuenta que la evaluación de los textos se hará con relación al mérito literario de la obra”.
El término la asalta desde el momento en que lo leyó. Le gusta escribir, pero no tiene ni idea que significa “mérito literario”. y mucho menos quién decide si un texto lo tiene o no, imagina que un escritor famoso está en la capacidad de dar tal veredicto.
Se pregunta si debe cargar el escrito con una mezcla exacta de descripciones, diálogos, figuras literarias, todo envuelto en un ritmo perfecto, o si debe crear una historia completamente redonda y que se desarrolle sin incongruencias, hasta alcanzar un desenlace que deja deseando más al lector, pero a la vez completamente satisfecho.
Siempre le ha gustado escribir cosas que ve y le pasan. Su cuento trata sobre doña Magola, una viejita con la cabeza completamente blanca que vende dulces cerca a su casa. Es un personaje fascinante que, sin importar cuál sea el clima, siempre está parada en la misma esquina desde las 6 de la mañana.
El otro día se la paso observándola varias horas y llenó varias hojas de su libreta con apuntes. Cuando la mujer estaba a punto de irse se acercó para conversar con ella: “Doña Magola voy a escribir un cuento y usted va a ser el personaje principal. Le puedo hacer unas preguntas?” “Claro mija, pero sólo si me pone como una princesa en su cuento” le respondió y luego soltó una carcajada.
Una semana después Catalina termina de escribir su cuento. no tiene ni idea si logró imprimirle el mérito literario necesario pero, sin importar si lo seleccionan o no, está contenta con el resultado