Abro los ojos como si fuera un robot programado para iniciar labores a una hora determinada. Aunque alguna vez leí que una de las peores cosas por hacer cuando uno se despierta así, de repente, es mirar el reloj despertador, es lo primero que hago. Son las 3:30 a.m.
No logro determinar cómo me siento, suena extraño, incluso paranormal, pero me parece que algo, no bueno, está a punto de ocurrir ¿Qué otra razón para que mi organismo, a manera de defensa, me hubiera sacado del sueño? Doy media vuelta y cierro los ojos. Pasan varios minutos acompañados de prolongados bostezos, en los que me enrosco en las cobijas, adopto diferentes posiciones, pero no logro conciliar el sueño de nuevo, hasta que concluyo que no hay forma alguna de quedarme dormido de nuevo.
Evalúo la opción de escribir o Leer, pero no tengo ganas; la pereza no me ha abandonado del todo. Decido ver un capítulo de una serie en la que los guionistas, me parece, utilizaron todo punto de trama para darle vueltas a la historia y alargarla hasta el infinito.
5:30 a.m. Sigo con esa sensación extraña. “No queda más que ducharse” pienso, para ver si el agua arrastra mi incomodo estado de conciencia.
La ducha me quita cualquier resquicio de modorra. Me visto y voy a la cocina a prepararme un tinto; si la ducha no fue 100% efectiva, el tinto es la solución. El café guarda la respuesta de todo.
6:00 a.m. Mientras me lo tomo, hojeo las caricaturas en el periódico, y sin querer llego a la sección del horóscopo. Pienso, ridículamente, que ese oráculo intemporal tal vez tiene la respuesta a la sensación imprecisa de esta mañana.
Lo leo y es Lo mismo de siempre, un pequeño párrafo con flojos tintes motivacionales, en el que me cuentan que algo que voy a hacer me va a brindar “mayor seguridad en lo que hago y grandes satisfacciones”. Pienso que la persona que lo escribe es un escritor que en cualquier momento publicará una novela, una obra maestra, que sacudirá los cimientos del mundo literario.
7:00 a.m. Ninguno de los rituales de inicio del día, sirvieron para identificar mi peculiar estado psicoemocional que, de un momento a otro, desapareció. Luego trato de encarrilarme en mis labores diarias lo mejor posible.