Sofía se mira en el espejo del ascensor mientras canturrea una canción. Parece como si estuviera dialogando con su reflejo. Es rubia y lleva el pelo agarrado en una cola, de la que algunos necios mechones logran escapar y caen en desorden sobre la frente y hacía los lados.
“Mira cómo estás”, le dice su acompañante, “pareces una loquita”. Sofía sonríe por un segundo, pero al instante vuelve a su mundo, a su juego a lo que sea que esté haciendo y que solo ella entiende. Más que loca parece desconectada de lo que pasa a su alrededor; como si el mundo no le importara; posición, egoísta dirán algunos, que dista mucho de la locura.
Lleva un vestido largo blanco con encajes y un saco de color verde pastel que hace muy buen juego con su color de pelo. Su vocecita es la única que se atreve a quebrar el silencio sepulcral que guarda la caja que transporta personas de abajo a arriba y viceversa todo el día.
Una mujer, contagiada por su desparpajo, decide preguntarle:
“¿Cuántos años tienes?”
“Seis y medio” le responde Sofía mirándola a través del espejo, sin dejar de moverse de un lado al otro.
“¿Y cuanto te falta para cumplir años?”
“El uno de Octubre” responde al instante, con una sonrisa que desarma a cualquiera y como si su cumpleaños fuera lo único que de verdad importara en este loco mundo.