Una vez en un curso de escritura, el escritor que estaba a cargo dedicó un rato de una clase a enseñarnos trucos y atajos de comandos con el teclado del portátil. De los tips que nos dio me grabé, en principio, dos en la cabeza.
Uno fue el comando para hacer aparecer el guion para iniciar un diálogo (—), que es casi tres veces más grande que el guion sencillo. A ese escritor, por alguna razón en particular, le gustaba utilizar más ese símbolo en vez de las comillas para abrir los diálogos. Esa vez nos advirtió que la combinación de teclas no funcionaba en todos los computadores y creo que al final olvide el comando porque en el mío nunca funcionó.
El otro fue la forma en que se pueden borrar archivos de forma definitiva (Shift +Supr), un decir, pues imagino que los magos de la informática deben conocer alguna manera de cómo recuperarlos). Con “definitiva” me refiero a que los archivos pasan derechito, como por un tubo, hacia la nada, sin tener que sufrir el calvario de la papelera de reciclaje; se me ocurre que los archivos de esa ubicación se comunican entre ellos de alguna manera y viven sus últimos días, horas, si acaso, de existencia con mucha angustia, hasta que a alguien le da por seleccionar la opción “vaciar la papelera de reciclaje.”
Ese comando de borrado inmediato es una truco de doble filo, pues no hay manera, de restaurar el archivo. Cuando se aplica la acción, los archivos, digamos, se evaporan, dejan de existir.
Me gusta ese carácter de todo o nada porque es un claro ejemplo de que renegar no sirve para nada, que lo hecho, hecho esta, de pasar la hoja y todo ese sinfín de clichés, incluido el famosísimo: “Las cosas pasan por algo”, aunque ya sabemos que, si es así, es por algo que uno hizo o dejo de hacer, en fin.
Como les venía contando, a raíz de ese curso adquirí la manía de borrar cualquier tipo de archivo de esa manera. Hace unos minutos me equivoqué seleccionando una carpeta y no sé qué información habré mandado al olvido, pero lo hecho, hecho está, ¿cierto?