Desde hace algún tiempo Elsa adquirió la manía diaria de sentarse en un murito, de 10 a 15 minutos, y dedicarse a ver pasar gente. Al ser bajita, no mide más de un metro con cincuenta, el primer paso de su crucial tarea consiste en encontrar el murito adecuado. A veces le toca caminar mucho hasta que da con el indicado; en especial le gustan aquellos que permiten que sus pies toquen el suelo, de ahí el uso del diminutivo.
Cualquiera pensaría que dedicarse a ver pasar gente consiste en hacer nada, en otras palabras, perder el tiempo, pero Elsa sabe que no es así. Más que una simple actividad es todo un arte que se debe cultivar y perfeccionar a diario.
Para ella el quid de la actividad y el pleno goce de esta se encuentra en lograr suspender a la sabelotodo opinadora que carga encima; en solo mirar en vez de observar, en no ser ella, Elsa Irene Manrique, sino más bien ser nadie, nada, un algo inerte ajeno al acto de maquinar ideas.
No todas las veces logra tal estado de, digamos, iluminación. En ocasiones no logra calmar el revoltijo de ideas en su mente que, tercamente, se pelean y gritan para imponerse una sobre otra. Por eso lo de escoger el murito adecuado, etapa crítica de su práctica diaria.
A veces recuerda muchas de las personas que vio con detalles precisos y está casi segura de que podría pintar un cuadro lleno de vida, con una de esas imágenes frescas que ocupan su cabeza durante todo el día. Otras veces, como hoy, escasamente recuerda algo de lo que vio: un viejito, con un bastón en la mano derecha, que paso caminando muy despacio y le sonrió, a ella, una completa desconocida. “Sonreírle a un extraño en la calle, otro arte que debemos aprender a dominar", piensa Elsa.