“Café con Arepa” es uno de sus desayunos preferidos o, más bien, de combate, pues implica muy poca preparación, es decir, solo necesita poner a calentar la arepa y hacer el café. Otro cuento sería preparar la arepa desde cero, pero sus habilidades culinarias tienden a la baja.
Le gustan las arepas delgaditas, pero con algo de sabor, no como esas gruesas, que llevan un montón de queso por dentro, ni mucho menos esas rueditas pequeñas que ponen en las bandejas paisas de los corrientazos que, además de ser pequeñas, no saben a nada.
El horno en el que la calienta es pequeño y tiene tres perillas: la primera controla la temperatura; la del medio, el tipo de horneo, y la tercera, el tiempo.
Siempre gira la primera a más de 300 grados. Un poco exagerado, lo sabe, pero esto se debe a que intenta que la arepa esté caliente, justo en el momento en que el agua hierve. Es una técnica que sigue perfeccionando pues nunca ha ocurrido tal escenario, ya que el agua hierve muy rápido, así que al principio la pone a calentar en bajito, para luego meterle más candela al fogón.
La perilla del medio, por alguna razón que desconoce, la ubica en la opción de “hornear” aunque tiene claro que la arepa ya fue horneada, junto a cientos de otras, en un horno industrial, que imagina descomunal. Las otras opciones de esta perilla son: calentar y tostar, pero para la primera no tendría que mover la perilla, cosa que le molesta un poco, y la segunda, tostar, la asocia con comer suela de algo; está seguro que necesito un test psicológico con todo ese cuento de poner a calentar una arepa.
La última perilla, la del tiempo, es la que más le gusta manejar, pues luego de girarla, comienza a hacer un ruido que imagina como el temporizador de una bomba. Cuando está perilla termina su recorrido, suena como un campanazo, que nunca, óigase bien, nunca ha coincidido con el momento en el que el agua hierve.