“¡Así no debería ser el trato, esto el colmo!” Dice una mujer en voz alta y luego abandona furiosa la oficina de la subgerente de un banco que, para el pesar de ella, tiene los vidrios transparentes y todos los que hacemos fila vemos, en primera fila, valga la redundancia, el escándalo.
La funcionaria, apenada, sale a hablar con algunos colegas; lo hace en voz baja y con expresión de: “¿Qué tal esa vieja loca? Recibe respuestas, también en voz baja, acompañadas con movimientos afirmativos de cabeza que le dan la razón. Con pasos tímidos se dirige nuevamente a su pecera y se sienta en una silla grande de cuero negro, clava su mirada en la pantalla y comienza a teclear como si nada hubiera ocurrido.
¿Qué le paso a la cliente?, ¿Por qué estaba alegando?, imposible saberlo. Debe ser que el dinero nos produce ataques neuróticos a todos, y si sentimos que algo malo ocurre con él, que se nos agota, lo invertimos mal, o nos lo están manejado mal, como supongo era el caso de la señora, se nos ponen los nervios de punta.
Neurosis, dice la RAE, es “una enfermedad funcional del sistema nervioso caracterizada principalmente por una inestabilidad emocional. Inestabilidad no es más que falta de estabilidad. y estabilidad se traduce en cualidad de estable, como la estabilidad económica, por ejemplo.
Al rato del incidente de la señora, una mujer dos puestos adelante del mío en la fila, se puso a alegar con los cajeros en voz alta, tal vez envalentonada por la actitud de la otra mujer, y exclamo su inconformidad con la demora en la atención, por culpa, según ella, de la fila preferencial: “¿pero al fin cómo es la atención?”, preguntó batiendo unos papeles en una mano, “¿2,2 1 o 2,1,2?”. Imagino que la señora, aburrida en la fila, intentó descifrar la secuencia de atención y fue así como llegó a esa combinación de números.