Estamos en el lanzamiento de un libro, una recopilación de textos de viaje escritos por mujeres. Estoy ahí porque una amiga me invitó. Ella es una de las editoras y también conozco a varias de las autoras.
El evento es en la azotea de un edificio. Hace muy buen clima y el cielo se tiñe de color naranja, muy chic la vaina. No conozco a nadie y después de saludar a mi amiga, ella nota el desparche en el que me encuentro y me introduce en la conversación de un hombre y una mujer, y se va a atender al resto de invitados
Mi grupo de conversación lo componen el editor de una revista y una redactora publicitaria Sueca. El nombre de ella suena como "línea", pero con tilde en la e, es decir, algo como Li-ní-a. Me cuenta que siempre que alguien la conoce y luego de preguntarle el nombre dicen: “Ahhh Línea, ¡claro!”. Se lo hago pronunciar varias veces para familiarizarme con la marcación del acento y no olvidarlo.
Sé que el editor escribió una novela. Alguna vez la hojeé, pero no me llamó la atención. El hombre lleva una de esas caras de “que perdedera de tiempo, debería estar en otro lugar”, y es de esas personas que intentan monopolizar la conversación, es decir, que todo tema de conversación nuevo que se propone debe tener su visto bueno para poder ahondar en él.
Intento meter la cucharada en lo que están hablando. Li-ní-a cuenta sobre un trabajo, con una ONG, que tuvo en Suecia antes de venir a Bogotá, en el que tenía que entrevistar a abusadores sexuales.
El hombre hace un par de preguntas, y da su opinión. Yo participo poco, como para no desentonar. En ese momento mi amiga vuelve y el hombre cambia un poco su actitud, como si ella sí estuviera a la altura para hablar con él.
Con el pretexto de buscar un punto en común, de encontrar un punto de conexión humano, cometo el error de preguntarle al hombre si es el autor de esa novela. “Si”, responde orgulloso, y mi amiga, no sé si por joderme o de ingenua, me pregunta: “ ¿Cómo se llama?”. Me quedo callado. Busco y busco en mi mente pero no logro dar con el título. Al final ella lo da y hago un par de preguntas tontas al respecto, que el hombre responde de forma despectiva. Luego me aburro y me voy a buscar otro grupo de desconocidos. Lo siento por a Li-ní-a.
A la salida, me encuentro en el ascensor con dos gringas que me preguntan si estaba en el evento o si trabajo en el edificio. Les respondo y me preguntan que si no voy a ir a la fiesta, “¿Cuál fiesta?. El “after” dicen. Luego me dan el nombre de un bar que no conozco. Síguenos me dicen. Cancelo el taxi que había pedido y me dejó guiar por ellas, que ríen y hacen mucho escándalo.