A veces cuando veo una película, escucho una canción o se me cruza una imagen, me entra una tristeza extraña; una especie de nostalgia en la que es agradable regodearse.
Es Como si nuestros recuerdos, combinados con los millones de estímulos a los que estamos expuestos, activaran palancas emocionales.
El otro día el dios de la aleatoriedad me concedió Starway to Heaven. Muchas de las veces que suena ese cliché del rock, por decirlo de alguna manera, en mi reproductor, suelo adelantar la canción, pero ese día, apenas sonó el arpegio con el que inicia, me dieron muchas ganas de escucharla
La canción tiene frases preciosas, que pueden tener miles de interpretaciones para cada persona; entre mis favoritas se encuentran:
Yes, there are two paths you can go by, but in the long run
There's still time to change the road you're on
And as we wind on down the road
Our shadows taller than our soul.
And if you listen very hard, the tune Will come to you at last
To be a rock and not to roll.
Como siempre, la comencé a cantar como por inercia y bien bajito, porque estaba con otras personas, pero en esta ocasión sentí que se me quebraba la voz.
Imagino que todos tenemos esas palancas emocionales dentro la cabeza, en el corazón, en nuestras entrañas; por algún lado deben estar, pero están bien escondidas y mejor que sigan así, pues con lo que nos aterra sentir y ser vulnerables, si supiéramos en dónde se encuentran, fijo intentaríamos removerlas, aun sabiendo de su importancia.
Otras canciones que me producen efectos similares son Tears in heaven y I wish you were here. La vez que más duro me dio esta última fue cuando un hombre la tocó en una misa por la muerte de su hermana, pues era una canción que les encantaba a ambos y que siempre tocaban juntos. Fue increíble ver como la interpretó sin que se le quebrara la voz.
Hablando un poco más del tema, una de las películas que más palancas me ha accionado fue Big Fish. La vi con mi mamá y con mi hermana y cuando salimos del teatro ninguno de lo tres era capaz de hablar, porque sabíamos que fijo íbamos a llorar. Fue muy extraño pues duramos bastante tiempo callados, cada uno digiriendo la película en solitario, hasta que por fin alguien se atrevió a decir algo y fuimos recuperando el habla y la conversación a punta de monosílabos y frases cortas.