Tengo una entrega de contenidos. Imprimo los textos en la oficina y echo un esfero verde en mi mochila, el primero que encuentro, pues, por puro capricho, no me gusta escribir con esferos que no sean de tinta negra. Cuando salgo, siento urgencia por comprar un esfero negro de gel, otro capricho.
Tiempo después, cuando llego al restaurante donde tengo la cita, saco el esfero del estuche que lo contiene y lo pongo encima de la mesa. Luego saco las hojas que imprimí y me pongo a leer lo que escribí, y a editarlo solo en mì cabeza, pues no quiero hacerle cambios sin que el cliente este presente, un capricho más a la cuenta.
Al rato, llega la mesera y me entrega la carta. Le digo que estoy esperando a otra persona y se retira. Se supone que la carta tapa ahora al esfero, pero la levanto y ya no está. Me pongo a buscarlo por todo lado, miro en mi mochila, en lo bolsillos de la chaqueta, incluso me agacho y aopto una posición ridícula para buscarlo debajo de la silla, encendiendo la linterna del celular, pero el esfero, al parecer, se esfumó.
Enveneno mi estado de ánimo por un instante, pues pienso que la mesera lo vio en la mesa y lo tomó; incluso cuando vuelve a acercarse le pregunto si de pronto no lo recogió por error cuando me dejó la carta. Me muestra los que lleva en el delantal, un Vic de tinta normal y otro similar que, definitivamente, no son de gel.
Intento dejar ser todo el asunto. En ese momento llega la persona con la que voy a revisar los textos, y volcó toda mi atención hacia eso. Hablamos de habilidades blandas y educación. Me dice que no le gusta el primer termino, pues que de blandas no le ve nada. Tomo nota de todo lo que creo necesario me va a servir para editar los textos después.
A una mesa de distancia, a mi derecha, dos hombres encorbatados hablan sobre finanzas e inversiones de un banco, con tal propiedad que parecen los dueños del mundo. Cuando la mesera se acerca a tomarles el pedido, ordenan dos aromáticas.
Termino de la revisión del contenido y vuelvo a pensar en el esfero de gel que compré, miro a la mesera, y pienso: “Ojalá le sirva”
Cuando nos ponemos de pie, la cliente me dice: “¿Ese esfero es tuyo?” Miro la silla y ahí está el esfero que compré. En algún momento lo puse sobre la silla y terminé sentado sobre el.
Me disculpo mentalmente con la mesera.