Llevo 4 días sin escribir aquí en AlmojábanaConTinto. Los dos últimos días de la semana pasada llegué tarde a la casa y por eso no lo hice, pero habría podido ponerme al día el fin de semana, algo que tampoco ocurrió.
No hay excusa que valga para dejar de hacer algo que a uno le gusta mucho, y ya sabemos que cuando uno cae en ese tipo de falta, el mundo se desbarajusta, que buena palabra esta, de alguna manera. Algo a nivel microscópico, no sé qué, se desencaja, incluso es posible que nuestra vida dependa de ello, de esos pequeños momentos que, sin darnos cuenta, definen el rumbo de nuestras vidas, que vaya uno a saber si ya está escrito o no, o si lo que sea que hagamos: escribir, jugar fútbol, tocar ukulele, patear un piedrita en la calle, tiene la fuerza necesaria para cambiarlo.
No paso nada extraordinario en los días de no-escritura, pero para escribir no necesitamos experimentar una invasión alienígena, sino simplemente contar lo que sea por más insulso que parezca, y esperar sacarle al incidente algo de sabor con las palabras.
Hoy en el banco, me tocó ser el número 182. Realiza uno una búsqueda de ese número en Google, para ver si se le puede achacar algún significado a esa asignación numérica, en apariencia, aleatoria, pero la información que sale desinfla la expectativa, pues el primer link que aparece muestra los horarios del autobús 182, que va de la Plaza Castilla hasta el Arroyo Fraguas en las afueras de Madrid. No conozco esa ciudad, solo estuve de paso una noche en la que comí jamón serrano, Baguette y tomé vino como si el mundo se fuera a acabar.
En mi papel de ruta de bus que me tocó ser hoy, me senté en la entrada del Banco porque hay unas sillas rojas, dispuestas en círculo, que tienen espaldar y son más cómodas que las que quedan frente a la cajas; aprovechando que con la voz robótica de la mujer que anuncia los turnos no tenía necesidad de mirar la pantalla en la que salen.
Apenas me senté, mis movimientos despertaron a una mujer, una ciento setenta y pico, supongo, que estaba dormitando en una silla, con su cartera aprisionada en el pecho y ajena al mundo,a los bancos, a a las rutas de bus y a los turnos. La mujer me miro por un segundo e inmediatamente volvió a cerrar los ojos.