Don Nelson está sentado en la entrada de un hospital. El ingreso al lugar es muy restringido y solo dejan entrar de a un solo visitante por paciente.
En una ventanilla, una celadora de gesto duro, decide quién y quién no ingresa. Cada cierto tiempo dice en voz alta: “Esta prohibido ingresar regalos, cualquier tipo de alimento, y yo no les puedo guardar nada”. Ahí termina su frase, pero Don Nelson piensa que la mujer le añade la palabra “malditos” mentalmente.
Está y no está con su familia pues no se integra para nada en la conversación que sostienen dos mujeres, de mediana edad, sentadas a su lado. No sabe muy bien a quién le aplica el término mediana edad, pero cree que funciona para referirse a esas mujeres de su familia no familia.
Cada vez llegan y se unen más familiares al grupo, pero don Nelson no se preocupa en saludarlos. A veces eso pasa en las familias: No conocemos a esas personas con las que nos reunimos a celebrar cumpleaños, aniversarios y almuerzos esporádicos o para esperar junto a ellos en la entrada de un hospital. Son nuestros parientes, pero parece que vivieran en otros mundos.
Las mujeres ahora hablan acerca de otra mujer, al parecer menor; hija de alguna de ellas o una sobrina:
“Ella ya terminó periodismo , pero no ha conseguido trabajo”
“¿Y lo de Caracol?, pregunta su interlocutora.
“Eso era la pasantía."
Apenas terminan la conversación. otro de los familiares de Don Nelson, que está a punto de marcharse, revolotea por el lugar. En un momento deja de moverse y toma la decisión de acercarse a las dos mujeres, y se inclina para despedirse de beso. Las abraza a ambas fuerte y les dice al oído a cada una: “Que Dios la bendiga”.
Luego el hombre inclina su cuerpo hacia Don Nelson, estira un brazo y le dice: “Hasta luego Don Nelson”.
“Ehh…yo no soy Don Nelson", le respondo.
El hombre, apenado, balbucea algo mientras se aleja.