Hace frío y el ambiente está húmedo. Hay varios charcos en el piso. Camino de afán con las manos metidas en los bolsillos, mientras unos pensamientos de todo tipo: tranquilos, venenosos, nimiedades, en fin, rebotan en mi bóveda craneal. Miro al piso fijamente, pues camino cuidando no pisar una de esas baldosas que yo llamo acuáticas, esas que están desencajadas y, al parecer, guardan varios litros cúbicos de agua vaya uno a saber dónde.
Suena Beneath, Between & Behind, de y espero ese momento de recompensa, es decir, aquel segmento de la canción que me gusta mucho, y la expectativa de su llegada genera una descarga de dopamina. En esa canción ese momento corresponde a unas tripletas a cargo de Peart en la batería (min 1:00) que son extremadamente rápidas y limpias.
Cruzo una calle justo cuando la canción acaba, y apenas llego a la otra acera, antes de que empiece la siguiente , un hombre con un chaleco azul y una tabla con hojas en sus manos me pregunta: “¿Me regala un segundo amigo?”. Sé que no lo dice en serio, me refiero a lo del amigo; imagino que es la frase con la que aborda a todos los transeúntes, pero eso no evita que piense: “Amigas las bolas y no se hablan”. Justo después de ese encuentro con mi amigo-no-amigo suena Beggars and hangers on.
Ahora pienso en el segundo que el hombre me pidió, y en todo lo que puede ocurrir en él. Se está vivo y en el siguiente segundo se puede estirar la pata, luz y oscuridad, felicidad y absoluta tristeza. Un segundo, entonces, es como una cuchilla muy afilada que corta nuestra existencia en dos partes irreconciliables.
Mientras pienso en eso la letra de la canción dice: “Like anything, we were born to die.” Mientras el sonido de la canción se desvanece recuerdo una frase de Rosa Montero:
“Sólo en los nacimientos y en las muertes se sale uno
del tiempo; la Tierra detiene su rotación y las
trivialidades en las que malgastamos las horas
caen sobre el suelo como polvo de purpurina.”
- La ridícula idea de no volver a verte -