Son 9, un grupo de estudiantes universitarios compuesto por 7 hombres y dos mujeres, los que están sentados en un bar que queda en una esquina de la carrera 11. El grupo de amigos juntó dos mesas para sentarse y la mayoría de ellos tiene una botella de cerveza enfrente. Uno de los hombres reparte aguardiente de una botella. Lo empieza servir bajo y la va subiendo hasta formar un fino hilo del líquido, se nota que tiene experiencia para hacer eso. De los parlantes del lugar sale reggaeton.
Da gusto mirarles las caras, todos sonríen, felices del momento, de sus vidas y de que es viernes. Una pareja de la tercera edad pasa agarrada de la mano y los mira con extrañeza, como preguntándose el porqué de tanta felicidad.
Pienso si los lugares guardan trazos de lo que fueron antes, como una especie de conciencia. Antes esa esquina fue un restaurante, y mucho antes una entidad bancaria.
Camino en dirección al oriente y en la otra esquina de esa calle 4 obreros: 3 hombres y una mujer, que llevan puestos cascos amarillos y overoles azules con manchas de pintura, están sentados sobre el andén y discuten sobre una de las mejores combinaciones de la vida: Tinto con chocolatina.
Después de caminar un par de cuadras, en otra esquina, tres mensajeros: 2 hombres y una mujer hablan sobre comer helado. Uno de ellos pregunta: pero, ¿cuánto vale un cono de una bolita de helado en Crepes? Y la mujer responde: “Uy no sé, pero vamos que ya me dio antojo”.
Cuando llego al apartamento y voy a sacar la llave para abrir la puerta, escucho que alguien toca piano en otro apartamento y ensaya escalas. A veces lo hace despacio como si fuera un principiante y otras veces muy rápido como todo un virtuoso del instrumento. Imagino que el piano está ubicado en una esquina de la sala que da hacia la avenida principal.