Hay días, como hoy, en los que no se me ocurre qué escribir. No entiendo cómo eso es posible, cómo no soy capaz de contar cualquier cosa, con los miles de eventos que me ocurren a diario, y los millones que me han ocurrido en la vida, pero pues así es. Cada vez que me pasa eso, pienso en lo que le dijo Kurt Vonnegut a Salman Rushdie, un día mientras se tomaban unas cervezas al sol. El autor de Matadero cinco quiso saber si Rushdie iba en serio con lo de ser escritor: “¿Vas en serio con esto de escribir?, pregunto Vonnegut, y luego concluyó: “debes saber que llegará un día en que no tendrás un libro que escribir y, aun así, tendrás que escribir un libro”.
Da un poco de miedo ese afán que tenemos, a quienes nos gusta escribir, de querer publicar libros. Imagino que pensamos que eso es lo lógico: “si me gusta escribir debo publicar un libro”, pero a veces concentramos tanto los esfuerzos en eso que olvidamos lo más importante: querer escribir bien. Millás dice que la publicación debe ser un efecto secundario de la escritura, y Anne Lammot que todo lo que uno espera luego de haber publicado, es pura fantasía, un holograma, y que lo real es la práctica de escalas todos los días, si uno se esfuerza de forma constante, si uno escucha las obras de grandes músicos, al final uno será mejor en lo que hace. Eso es lo que dicen ellos que ya han publicado libros y, al parecer, lo tienen claro, pero de pronto uno toma esos consejos a modo de pajazo mental, para no hacer la tarea, en fin.
Hablando más de esos días, hay otros en los que los temas fluyen con más naturalidad, eso o lo que pasa es que estoy más pendiente de lo que ocurre a mi alrededor, más sensible, digamos, y entonces un gesto, una imagen, una frase dispara un montón de ideas a las que intento ponerle orden por medio de palabras.
Lo importante, creo yo, es sentar el trasero en el escritorio y obligarse a teclear algo, lo que sea, porque si uno espera solo depender de la musa, inspiración, diosito, Pachamama, energía cósmica, llámelo como quiera, estimado lector, escribir pierde mucho el sentido.