“Luis ha muerto, lo siento mucho”.
Esa fue la frase que escuché ayer cuando contesté el teléfono, luego de tres pitazos que nunca reflejaron el calibre de la noticia que iba a recibir. El que llamó era un hombre o por lo menos así me pareció, durante los 2 o 3 segundos que le tomó dar esa descarga, fría y compacta, de letras empacadas en sílabas. Es extraño no escuchar un: “buenos días ¿cómo está?” o “habla con fulano de tal” previo, o cualquiera de esas frases hechas con las que comenzamos una conversación.
“¿Con quién hablo?”, pregunté, pero el mensajero de la muerte había colgado, y al otro lado de la línea solo me acompañaba el tono de ocupado. Miré por la ventana y el viento movía con violencia las ramas de un árbol. Me pregunté si de pronto era Luis, que había encontrado una manera de despedirse desde el más allá.
“¿Quién era?”, preguntó mi hermano. Le respondí que nadie para no ponerlo nervioso. Me senté en un sofá, fije la vista en una pared blanca y me pensé: “¿Cuál Luis?”
Hice un repaso rápido de las personas que he conocido en mi vida y que llevan ese nombre. Está, por ejemplo, el Luis del colegio, el primero que se me vino a la mente, pero lo llamé y coincidencialmente, como la llamada que recibí, contestó al tercer timbrazo. Hacía tiempo que no hablábamos, así que eché mano de un lugar común, procurando que no fuera el clima, para darle oxígeno a la charla.
Luego de 2 minutos de conversación incomoda, no me aguanté las ganas y le dije:
“Me alegra que no estés muerto”
“¿Qué dices?”, dijo alzando las cejas; lo supe por el tono de su voz.
“Nada, olvídalo”, respondí y colgué más rápido que la persona que me contó que otro Luis había muerto.
Quedamos en lo que siempre quedan dos personas que llevan tiempo sin verse ni hablar, en tomarnos un café o una cerveza; es casi seguro que no va a ocurrir, pero bueno nada se pierde con hacer esas promesas futuras.
Luego me acordé de Luis Francisco, un amigo de la universidad, pero antes de llamarlo y tener otra conversación extraña, concluí que nunca lo hemos llamado Luis sino Pacho, así que no me comuniqué con él.
A veces la vida tiene caminos extraños para revelarnos información que necesitamos saber, pero creo que soy muy torpe y siempre me la pierdo. Quizá, por alguna razón que desconozco, es importante que yo sepa que un Luis murió.
Así las cosas, que en paz descanse.