Ese día parecía como cualquier otro, pero ese es un gran error. Pensar que un día puede ser, si acaso, similar a otro es un despropósito. Por eso no me gusta esa sección de los periódicos que dice: “Un día como hoy hace 50 años”, en fin, ese día, más bien, no era como cualquier otro sino uno muy particular, pero ¿cómo logra uno identificar un día de esos, un día diferente?
Ese día me encontré la nota en un bus, un papel que, por alguna razón, quizá porque había acabado de discutir con Marcela y quería ocupar la mente en lo que fuera, me llamó la atención. Estaba doblado en dos en la otra hilera de sillas, casi en el borde de la silla que daba hacia el pasillo. Afuera hacia una fuerte ventisca, con presagios de lluvia, que tal vez quería indicarme que tomara el papel o, más bien, que no le prestara atención.
No aguanté las ganas y me estiré para cogerlo, con cuidado de que nadie se fuera a dar cuenta. No creo que a ningún otro de los pasajeros le causara tanta intriga ese papel como a mí, incluso es probable que ninguno de ellos lo hubiera visto, pero me sentí como tomando algo que no me pertenecía y por eso actué de esa manera.
De vuelta en mi puesto, las gotas de lluvia comenzaban a resbalarse por la ventana; era un día gris, esos que le dan un empujón a la nostalgia. desdoblé la hoja y tenía una frase escrita en tinta roja: “nos vemos en el bar del hotel Palo Santo a las 19:00.” Tres cosas me llamaron la atención: la tinta roja, ¿Quién carajos escribe con tinta roja en estos días? , la forma en que se indicaba la hora: las diecinueve, lo que me hizo pensar que el mensaje lo escribió un militar o alguien con un carácter muy rígido, y, por último, el punto de encuentro que, coincidencialmente, queda a solo dos cuadras de mi casa.
Miré el reloj y eran las dieciocho, así leí la hora, y por esos impulsos ridículos que se encargan de disparar la vida en cualquier dirección, decidí ir al bar del hotel.
Llegué al lugar corriendo con el pelo y mi ropa completamente mojados. Le sonreí a la persona que cuidaba la puerta, y la abrió sin importarle mi apariencia o mi sonrisa. Adentro escogí una mesa que quedaba en una esquina, pedí un café y saqué un libro que simulé leer, pues a cada rato levantaba la mirada para ver si lograba identificar a esa persona que había escrito la nota.
Crucé un par de miradas con una mujer a dos mesas de distancia y que estaba sola. A la tercera sonreí e imitó mi gesto y justo cuando me decidí a sentarme en su mesa, un hombre le puso uno mano en el hombro y se inclinó para besarla.
Un hombre, en otra mesa. que llevaba puesto un sombrero de copa, ¿Quién carajos utiliza un sombrero en estos días?. fumaba un cigarrillo y parecía algo nervioso. Ese tenía que ser. No esperé a que llegara alguien a saludarlo y Me senté rápido en su mesa.
“¿Qué es lo que quiere?”, le pregunte mirándolo fijamente a los ojos.
“¿Quién es usted?”, respondió sorprendido.
“Dejémonos de jueguitos le dije”, tengo su nota y por eso estoy aquí”, y aproveché para mostrarle papel que, claro, tenía la nota escrita por él”.
“Esa no es mi letra”, dijo el hombre
“¡Dígame qué es lo que quiere!”, le grité y luego le eche el vaso de lo que estaba bebiendo encima.
En ese momento sentí que alguien me ponía las manos encima. De reojo alcancé a ver que fue el hombre que cuidaba la entrada.
Mientras me echaban del lugar alcance a cruzar la mirada con la mujer, que me miró con lástima. Estoy seguro de que era ella con quien debía encontrarme, pero desde ese día no la he vuelto a ver y me tienen prohibida la entrada al hotel.