Hablo con T. Me gusta conversar con ella porque procura evitar lugares comunes. No hablábamos desde el inicio de la cuarentena, momento en el que le conté que tenía algo de rabia, pues estaba cansado de la desgracia a punta de gotero y no en forma de meteorito o algo así, en fin. Ahora trato de conversar más seguido con ella. Hubo una vez en la que duramos sin hablar mucho tiempo y cuando lo volvimos a hacer me contó que su esposo estuvo a punto de morirse.
A T. es una de las pocas personas a la que le recomiendo libros. Me gané ese título luego de recomendarle “La Ridícula Idea de no Volver a verte”. El último que le había recomendado hace unas tres semanas, en una conversación apresurada por chat, fue Primera Persona. Le pregunto que qué tal le pareció y me cuenta que le gustó mucho. “¿no he perdido mi título de recomendador de libros?”. “No, puedes estar tranquilo”. Me aventuro a recomendarle La Vida privada de los árboles, toma nota y luego nuestra conversación se tropieza con un silencio. A los pocos segundos ella lo rompe.
Me dice que no se ha sentido muy bien de ánimo en las últimas semanas. Se ríe y me dice: “Estoy como estabas tú al inicio de la cuarentena”. Le pregunto que por qué se ha sentido así, y responde que está cansada de no poder planear nada, que antes le gustaba programar actividades, como sus vacaciones, por ejemplo, al detalle.
A todos, imagino, la incertidumbre nos pega de diferentes maneras y recordamos con nostalgia el poder que teníamos sobre cualquier situación de nuestras vidas. Igual creo que nunca lo hemos tenido y todo era una mera ilusión, un contentillo en el que solíamos creer, pues el caos siempre camina a nuestro lado, solo que esta vez le hizo una zancadilla muy violenta a nuestro estilo de vida.
Ayer, leyendo, me enteré de que yo he aplicado una técnica que se llama “Pesimismo defensivo”, que consiste en plantearse escenarios futuros terribles y prepararse para lo peor. Pensar de esa manera, por extraño que parezca, ayuda a reducir la ansiedad.