La camisa tiene unos huecos en las costuras de los hombros, ¿cómo no, si la compré en el 2002 la primera vez que viajé al exterior? Es una camisa normal, de color azul oscuro y un estampado de la marca, que resiste con orgullo cada lavada y se rehusa a desteñirse del todo.
Hay personas que dicen que lo mejor es botar cualquier tipo de pertenencia desgastada, porque eso atrae malas energías y no sé que más cosas. Yo, la verdad, no creo en esas teorías y por eso la utilizaré hasta que uno de los huecos la vuelva inutilizable.
Alguien podría pensar que le he atribuido un poder especial o algo por el estilo, pero la verdad es que me gusta y me parece cómoda. En resumidas cuentas, es una de esas prendas que, creo, todos tenemos y nos caen bien.
Suena raro, pero es así. A uno los objetos también le pueden caer bien o mal. Por ejemplo, a mí me cae mal la cuchara para servir la sopa, porque no se deja acomodar bien en el platero después de lavarla; a diferencia, digamos, de un cuchillo.
También le salió un hueco al tenis izquierdo en el lugar que ocupa el dedo gordo. Esto, porque el accidente que me dejó el amable recordatorio, también me dejó una vaina que se llama espasticidad. Consiste en que ese dedo se entiesa y se dispara hacia arriba porque sí. El resultado es que después de usar los zapatos por un tiempo siempre se rompen en el mismo lugar.
Hace mucho no me pasaba eso, lo del hueco en el zapato, porque siempre que los compraba les hacia poner un refuerzo en ese sector, pero esos tenis los compré de afán, un día antes de un viaje, y nunca los llevé a la remontadora de calzado.
Vale la pena anotar que el color de los tenis hace juego con el de la camiseta, ahora mucho más cuando ambos llevan huecos.