Me duermo hoy en la madrugada porque no tengo que levantarme temprano. Aún así programo la alarma del celular para dormir 8 horas, aunque rara vez lo hago, pues mi promedio de sueño es de 7.
Pongo la alarma porque no quiero quedarme metido en la cama hasta el mediodía el sábado, mi día preferido de la semana. Sé que con el encierro no hay mucho por hacer, pero quiero aprovecharlo leyendo, escribiendo o viendo la segunda temporada de Umbrella Academy (disculpen ustedes esa avalancha de gerundios).
Me levanto una hora antes de que suene la alarma. Muchas veces me pasa eso. Apenas me despierto recojo una almohada que tiré al suelo la noche anterior y la acomodo, encima de la otra, contra la pared, me acomodo y cierro los ojos y respiro profundo por un par de minutos con la esperanza de quedarme dormido. No pasa nada, el sueño me abandonó.
Pasados unos quince minutos, me levanto, voy a la cocina, me preparo un café y me como dos arepas con mantequilla y mermelada, como debe ser, y luego me devuelvo a la habitación. Decido leer y emprendo la tarea con entusiasmo, pero pasada media hora se me comienzan a cerrar los ojos, creo que experimento eso que llaman micro-sueños, y cuando los abro tengo que volver a leer los últimos párrafos porque experimento una, digamos, desorientación narrativa.
Tengo sueño así que programo el celular para dormir media hora, porque me la merezco, la necesito o lo que sea. Cuando la alarma suena, pasado ese tiempo, estiro mi brazo para presionar cualquier botón del celular, ¡que se calle de una maldita vez! luego caigo en un estado de duermevela, que solo es la antesala de un sueño profundo.
Me despierto al mediodía.