Marcela vive llena de teorías con las que rige su vida. Una de ellas la acaba de formular, mientras se toma un café en su lugar preferido, un local pequeño con solo una barra y cuatro sillas, que le agrada porque las baristas saludan a cada uno de los clientes por su nombre y les preguntan si se van a tomar lo mismo de siempre. No es que haya sacado el postulado de buenas a primeras, es algo que llevaba días cocinando en su cabeza.
Cree que existen dos tipos de personas en la vida: Aquellos que lo primero que hacen es tomar un sorbo de la bebida que piden, y los otros que, en cambio, prefieren darle un mordisco al producto con el que la están acompañando: un bizcocho, una torta, un pan; “para gustos los colores”, concluye acudiendo al cliché.
Y es que parece que el beber y el comer son dos actos simples que no habría necesidad de analizar a fondo, pero Marcela cree que por eso es que existen tantos problemas, porque analizamos lo que no es importante, y no le prestamos atención a aquello que sí lo es.
Considera que los primeros, los que eligen tomar sobre comer, son personas relajadas y empáticas, que van por la vida sin mayor estrés, aunque esta los trate mal. Son, en definitiva, personas que, como el líquido que toman, les gusta fluir.
De los otros, piensa, debemos tener cuidado, porque ella ha visto como muerden con rabia el trozo de comida que se llevan a la boca. Esas personas son las que van por la vida con carita de yo no fui, mientras desean con el pensamiento que a los demás les salga todo mal.
Marcela registra lo que les conté en una libreta de tapa roja, levanta la taza y se acaba su bebida de un sorbo largo y abandona el lugar antes de que la mala energía de los que muerden la alcance.