El hombre, llamémoslo Jairo, a la larga los nombres importan poco, toma algo en la barra de un lugar. Resulta difícil saber dónde se encuentra, mejor dicho, si ese hombre que usted, amable lector, y yo, imaginamos ahora, está en un restaurante o en el bar del lobby de un hotel, solo por nombrar dos posibles lugares con barras, aunque bien podría ser que se encuentra en una cafetería; el caso es que está sentado y parece que está bebiendo algo. Digo parece porque vemos al hombre de espaldas, así que ni modo de echarle un vistazo a su bebida. Además uno, ni en la realidad ni en la ficción, si se es un personaje recatado, va por ahí metiendo las narices en los asuntos de los demás, y se espera que las otras personas hagan lo mismo, que se den cuenta que uno, en la mayoría de las ocasiones, anda por los lugares procurando no meterse con nadie, pero entonces llega cualquier persona y nos aborda, y es ahí cuando todo se va al carajo.
Siento que la puntuación del párrafo anterior está terrible, y voy a dejar esto a manera de nota para recordármelo.
Si usted, estimado lector, aún continúa leyendo esto, por favor omita la frase anterior, pues lo más probable es que le haya hecho algún tipo de edición a todo el texto, y puede ser que los dioses de la gramática me hayan asistido y el párrafo ya no esté tan mal. Mejor volvamos al hombre del que estábamos hablando, o bien, observando.
Toca narrarlo en tercera persona, porque ni usted ni yo somos el hombre para irnos con la primera, a menos que usted cumpla con cuatro requisitos: hacer parte del género masculino, llamarse Jairo, estar sentado en una barra de algún restaurante, bar, cafetería u hotel y, por último, estar leyendo este blog, cosa que le agradezco de antemano.
Si ese es usted, querido lector, si usted es el personaje que estoy viendo, no me vendría mal una ayudita para narrarlo. Me gustaría saber qué se le cruza por La cabeza en estos momentos, qué lo atormenta, cuál ha sido el momento más feliz de su vida, pues por la hora o cómo está el clima le puedo preguntar a cualquiera, y me parece que usted: lector, personaje, narrador en primera persona, sea quien sea, no es cualquier persona.
Ahora el hombre se pone de pie. Toma un abrigo que está en la silla de al lado, suponemos que es de él, a menos de que sea un ladrón, se lo pone con un par de movimientos precisos, y se va caminando rápido.
Permítame preguntarle: ¿Por qué tanto afán?