En nuestras reuniones de escritura siempre presentamos dos historias, y hoy fue mi turno. Primero revisamos La Flecha de Cupido, una historia que gira en torno a un encuentro de cricket. Acerca de ella, concluimos que cuenta con una estructura muy sólida, en la que se nota que el autor le dedicó tiempo a tejer la trama, o que es de esas historias de estilo Plot driven, así como para tramar y sonar profesional.
La mía, El Viejo, trata sobre un hombre de edad avanzada, que piensa mucho sobre la muerte y vive solo. En ella narro cómo es un día de su vida. Esta se centra más en el personaje, es correcto gana premio estimado lector, es character driven.
Siempre discutimos mucho sobre qué es una historia, o a que pieza narrativa se le puede dar ese nombre, y aunque le damos vueltas y más vueltas a los mismos temas, nunca sacamos una conclusión definitiva.
A la larga, ni un estilo o el otro está bien o mal. La primera, quizá, puede dar una mayor sensación de historia, pues se le siente la estructura clásica de los tres actos, a diferencia de la mía, en la que parece no ocurrir nada: no hay clímax identificable y mucho menos un giro inesperado de los eventos.
Alguien dijo algo que me gustó, y es que en mi historia no pasa nada, pero al mismo tiempo pasa todo, pues el personaje es muy consciente de la muerte y sabe que es un evento que quizás esté cerca.
Un invitado mencionó que, si hay algo bueno que tienen las historias, es que pueden ser paradójicas y resultar inexplicables, pues no funcionan con una fórmula en la que remplazamos variables para obtener un resultado.
Supongo que los personajes y las tramas no compiten por el protagonismo, sino que más bien se complementan, llenando esos espacios que los unos o las otras dejan descubiertos, pero vuelvo a plantearme la misma pregunta que me hago todos los días: ¿qué sé yo?