Siempre había pensado participar en el concurso “Bogotá en 100 palabras”, pero al final dejaba pasar la oportunidad. Era un dato que anotaba en mi cerebro, la peor libreta de todas, y al final se quedaba allá, como un archivo temporal mezclado con recuerdos e ideas, y que siempre recordaba cuando estaba lejos del teclado.
Este año me había pasado lo mismo, pero hace pocos días una de mis hermanas me envío el link del concurso. Hoy me senté a escribir el relato y, creo, logré uno bueno, aunque uno suele ser muy benévolo con los escritos propios, así sean una completa basura, en fin.
El relato tiene como escenario principal un bus de Transmilenio, y me esforcé por que tuviera una primera línea enganchadora. “Hoy es el día”, piensa el protagonista y así comienza el cuento.
Después de unos 40 minutos, logré el primer borrador, y luego dediqué toda la mañana a editarlo. En medio de la tarea sentí un poco de remordimiento por eso, es decir, escribir por puro placer, dejando en un segundo plano otras tareas pendientes, pero ¿cómo obtener un buen texto, un relato sincero, si no es de esa manera?
“¿Toda una mañana para eso?, pero si solo son 100 palabras”, podrán pensar algunos, pero en lo que duré haciéndolo, pensé que me estaba jugando la vida; era el texto o la muerte.
El desenlace, como siempre, fue lo que me costó más trabajo, pues es ese punto en donde se puede echar a perder todo el trabajo realizado. Escribí dos finales, uno de 23 palabras y otro de 25. Al final me decidí por el primero por una simple cuestión de sonoridad; en el otro las palabras hombre y nombre, aunque distintas, se disputaban el protagonismo y sonaban como una rima mal hecha.