Suelo escribir posts de mínimo 300 palabras. Esto, porque cuando leí On writing, el memoir sobre escritura de Stephen King, el escritor menciona, si no estoy mal, que uno debe como mínimo escribir esa cantidad de palabras al día. Si esta rutina se practica con juicio, en un mes se tendría un texto de 9000 palabras , al año uno de 108.000, y así.
Paul Auster cuenta que en un buen día de trabajo produce una página, de 400 a 500 palabras, y otros escritores hablan de luchar solo con un párrafo, que quizás al final del día deciden borrar, porque escribir, imagino, se trata más de estar equivocados, de prueba y error, que de tener la razón.
Hay veces que rebaso las 300 palabras como si nada. En esos días las palabras fluyen de mi cabeza a la punta de los dedos fácil, de manera continua, pero hay otros días en los que me cuesta alcanzar esa cifra.
A veces me hacen falta 10 o menos palabras, y entonces vuelvo a leer el post, a ver cuáles le puedo agregar, situación que a veces se complica, pues en vez de agregarle decido eliminar algunas. Creo que escribir también consiste en eso, en decir las cosas con la menor cantidad de palabras posibles. En este caso aplicaría ese cliché tan trillado de menos es más, en fin.
En esos días que no encuentro las palabras, logro sacar del sombrero —¿de cuál? digamos que el de la escritura, lo que sea que eso signifique—, las palabras que me hacen falta para alcanzar las 300, pero nunca dejo de pensar si realmente son necesarias o mero relleno, el más del menos.
Hace un rato a este post le faltaban 7 palabras y ahora le hacen falta 20. Disculpe usted, estimado lector, esta frase de relleno.