Despierto.
Intento mover las manos o los pies, pero no puedo. El cuarto está completamente a oscuras. Cuando mis ojos se acostumbran a la ausencia de luz, distingo los bordes de una mesa enfrente mío, y me doy cuenta de que estoy atado de pies y manos a una silla.
¿Qué hacer? Imagino que estoy secuestrado, pero no recuerdo cómo llegué a este lugar. Creo que soy un tipo que trata de no meterse en líos y que no tiene enemigos, pero supongo que siempre hay alguien que nos odia en silencio y que quiere hacernos el mayor daño posible.
Escucho una puerta que se abre. Alguien entró a la habitación, sala de torturas, o el lugar que sea en el que me encuentro. Pregunto en voz alta, pretendiendo no sonar desesperado: “¿Quién anda ahí?, ¿Qué quieren de mí?”, aprovechando que mis captores son novatos, o han visto pocas películas, pues olvidaron taparme la boca con cinta adhesiva.
De repente se enciende un bombillo en la habitación, que alumbra la mesa que está enfrente mío. Un hombre corpulento pone una máquina de escribir encima y se aleja. Dos hombres llegan por atrás, me levantan con todo y silla, y me sientan enfrente de la máquina. Un último se acerca y corta con un cuchillo la soga que ata mis manos.
“Queremos que escriba” dice un hombre que, supongo, es el líder de la banda.
“ ¿Qué quieren que escriba?”, pregunto.
“¡Un buen relato!”, exclama el hombre.
“¿Sobre qué tema?, pregunto para ganar tiempo, pues supongo que lo necesito.
“El que se le ocurra, pero comience ya”. Y luego de decir estas palabras apoya el cañón de una pistola contra mi cabeza.
“Intento pensar en un tema, pero no se me ocurre nada. Busco hilar una trama, la que sea, pero ninguna tiene pies o cabeza. Luego de cinco minutos, eso creo, sin haber tecleado ni una sola palabra, escucho como el hombre le quita el seguro a la pistola. “!Escriba!”, grita.
Tomo una hoja carta, de un montón que está encima de la mesa, la introduzco en la máquina, la centro y comienzo a hacerlo.
“Estoy en un cuarto que hace un rato estaba oscuro.
Ahora, un único bombillo alumbra una mesa con
una maquina de escribir blanca, y un hombre presiona
una pistola contra mi cabeza. Quiere que escriba.
Ante la falta de ideas, comienzo a describir lo que me rodea y a contar qué es lo que pasa sin muchos adornos. Si este es mi último escrito, quiero despedirme del mundo con el cuento que siempre he soñado escribir, uno en primera persona, libre de figuras narrativas, en el que solo narro lo que su protagonista tiene enfrente de sus narices.