Vas en un bus de vuelta a casa, después de una larga jornada de trabajo. Es un día gris, frío y una lluvia tenue cae sobre la ciudad. El bus se detiene en un cruce, y cuando volteas a mirar hacia la derecha, te distraes con las gotas de agua que escurren por la ventana. Ves dos que se empezaron a deslizar por el vidrio, más o menos, a la misma altura, y le haces barra a la de la derecha que, crees, compite con la otra por ser la primera en alcanzar la parte inferior de la ventana.
Ahora llueve más fuerte. Cuando el bus se va a poner en movimiento, pierdes de vista la gota por la que habías apostado y enfocas la vista en la acera. Ves a un hombre que camina con la corbata desajustada y lleva las manos en los bolsillos. Su andar es de pasos largos, y parece que no le importa meter los pies en los charcos.
“Pobre desgraciado”, piensas. Luego te das cuenta de que el hombre sonríe. Te desconcierta esa actitud, ese desparpajo con el que anda por la calle, ¿por qué no va maldiciendo o con el ceño fruncido?, te preguntas.
Algo le tuvo que haber ocurrido para que esté así. Se te ocurre pensar en tres posibles razones para su estado: se acaba de enterar que va a ser padre, lo ascendieron en su trabajo, o se ganó la lotería; las posibilidades son miles. Incluso puede que no le haya ocurrido nada en especial, sino que es de ese tipo de personas que siempre ven algo bueno en lo malo.
En el siguiente semáforo en rojo, decides que su motivo de felicidad es que va a ser papá, y juegas a imaginar cómo es su esposa, y en el abrazo que se van a dar cuando llegue a su casa empapado, pero feliz.
en ese momento suena en tu reproductor musical Sometimes Salvation.