Hoy fue un buen día, pues terminé de escribir la novena y última, eso espero, versión de la historia del francotirador.
El primer borrador es muy diferente a la última versión pues al principio la había dividido en tres escenas y la línea de tiempo era de dos semanas, entre misión y misión. Luego, creo que fue en la tercera, decidí narrar una única escena, en la que el francotirador se encuentra en la azotea de un piso en medio de una misión, y comienza a tener dudas sobre su trabajo.
Si hay algo de lo que me siento orgulloso, es de la estructura que logré darle a la historia. Me parece que tiene un armazón fuerte, que sujeta bien cada una de sus partes y las acopla de forma adecuada.
Como la historia comienza justo en la crisis del protagonista, necesité hacer uso de flashbacks para mostrar quién era y qué eventos lo habían llevado a ese momento. Esas reminiscencias, digamos, son muy llamativas al momento de contar, pero pueden ser como un volador sin palo, es decir, algunas pueden tener cara de subtramas y no tener nada que ver con lo que se cuenta.
Además, toca tenerles cuidado, porque si uno les dedica mucho tiempo, se corre el peligro de alejarse demasiado de la trama principal. Esto me recuerda la novela La forma de las ruinas de Juan Gabriel Vásquez. Cuando la leí, me costó mucho la lectura de unas 100 páginas en las que el narrador se va al pasado, mientras yo quería saber qué le estaba ocurriendo o le iba a ocurrir al personaje principal.
Solo quería contarle eso, estimado lector, que me gusta mucho el armazón de mi historia. Ya Puede seguir con su vida.