La terraza del restaurante da a un parque con una zona de juegos para niños con dos columpios, un pasamanos y un rodadero. Alrededor de esta, sin ningún tipo de orden o simetría —como si un gigante las hubiera espolvoreado—, se encuentran ubicadas varias sillas de parque.
Un hombre que lleva puesto tenis rojos, una camisa del mismo color y jean azul, ocupa una de esas sillas, junto con una mujer de pantalón rosado. Hace poco, el hombre acabó de comer un cono de helado y se volvió a poner el tapabocas; la mujer aún no termina el suyo y le da lengüetazos espaciados, porque no para de hablar ni un segundo. El hombre la mira fijo, pero es imposible saber si le pone atención o anda perdido en sus propios pensamientos, y ruega para que la mujer acabe el helado y puedan volver a la oficina, pues tiene mucho trabajo.
En otra silla una mujer, con el pelo completamente blanco, está sola. Al rato llega un hombre de mediana edad a hacerle compañía, y trae con él dos vasos de helado. Podríamos pensar que es su hijo, aunque bien podría ser su cuidador, incluso su amante. ¿Qué sabemos de las personas con las que nos cruzamos por la calle? La verdad muy poco, escasamente lo que nos deja ver su comportamiento, pero eso siempre lo filtran nuestros prejuicios.
Hace sol, y a ratos unas nubes que andan lento, como cansadas, lo tapan. La viejita manda al hombre a que le consiga algo. Este se pone de pie y se aleja. Al rato vuelve con un vaso plástico que, al parecer, contiene chocolate líquido. Apenas lo ve, la viejita le sonríe, tampoco sabemos si al vaso o al hombre, luego echa un poco de chocolate en su vaso y lo revuelve con una cuchara. Al rato le suena el celular, se pone de pie y se aleja para contestar la llamada. Debe ser su esposo o algún familiar que la imagina recostada en su cama, guardando reposo y viendo telenovelas; un familiar al que nunca se le pasaría por la cabeza que está fuera de la casa, con un hombre y comiendo helado.
La mujer que come el helado despacio por fin lo termina, y ella y su amigo de los tenis rojos, se ponen de pie y abandonan el lugar. Poco después llegan tres amigas y se sientan en la misma banca. Una tiene el pelo negro, la otra teñido de rojo, y la última de morado.
Una nube negra y pesada, como de plomo, tapa el sol por completo y comienza a hacer frío.