Me dejo tentar por el gancho del asunto del correo de una entidad bancaria y le doy clic. En la parte superior hay un banner de color morado y sobre él, en letras blancas mayúsculas, se puede leer lo siguiente: ASISTENCIA SIN COSTO. Las dos últimas palabras están subrayadas.
Al copy lo refuerzan las siguientes palabras: “Con tu tarjeta de crédito Accede a las siguientes asistencias que tenemos para ti”. Justo debajo de ellas, aparece un botón que dice “ir al sitio web.”
Al lado izquierdo sale una imagen de una mujer sonriente con pelo negro de color intenso, como de petróleo. Sostiene algo en las manos, no alcanzo a distinguir qué es, pero se le ve muy contenta. Imagino que ya disfrutó de las asistencias de las que habla el anuncio, de ahí su expresión de felicidad.
Miro fijamente la imagen por otro par de segundos, a ver si logro descifrar algo más en su expresión, pero no logro saber qué esconde detrás de esa sonrisa que, imagino, es falsa. Quién sabe cuántas veces le tuvieron que tomar la foto hasta que por fin salió bien, con esa dentadura tan blanca, tan de mentiras.
No puedo negar que dan ganas de darle clic al botón, para conocer cuáles son esas asistencias sin costo de las que hablan.
Al final no lo hago y borro el correo. La razón para tomar esa decisión fueron las palabras “Sin costo”. Pienso que todo en esta vida tiene un costo, y que toda relación que se establece con alguien lleva uno, independiente de si es comercial o no. Todo cuesta en esta vida, así no haya dinero de por medio.
Si se trata de cobrar, los bancos son los primeros en mirar cómo hacerlo. Espero que mi escepticismo haya funcionado en esta ocasión y no me esté perdiendo de alguna asistencia increíble, qué sé yo, un encuentro privado con Juan José Millás o algo por el estilo