Algún día escribiré un post que titularé: “En defensa de la palabra Cosa”, esa que tantas personas desprecian.
Hace un tiempo leí una publicación de una mujer, en la que decía que era una palabra fácil e imprecisa, y que empobrece los textos pues les hace perder su calidad literaria, signifique lo que eso signifique.
No sé, pero nunca me han gustado ese tipo de consejos tan determinantes. Siempre he pensado que el lenguaje es lo suficientemente flexible para que cualquier palabra se pueda amoldar a un texto, en fin.
¿Y qué es otra cosa? Otra cosa es cuando un texto marcha bien, cuando uno siente que sus engranajes narrativos se acoplan de forma precisa y se cuenta algo sencillo sin ínfulas de nada.
Eso me paso hoy. Necesitaba sacudirme de encima esa sensación de fracaso que me había dejado el escrito de ayer, así que no me preocupé en volver a leerlo, sino que me puse a escribir otro que llevaba masticando un buen tiempo y que trata sobre la muerte.
Pienso mucho sobre la muerte e imagino que todos lo hacemos, pues atraviesa cualquier aspecto de nuestras vidas. Si lo hago seguido es porque creo que lo mejor es sentirla cerca, que nos respira en la nuca todos los días, y no verla como un evento lejano.
Pero bueno, no quiero caer en ese tema. Les hablaba del texto de hoy que, creo, fluyó porque no me compliqué, no traté de escribir algo que pareciera inteligente, sino que me limité a narrar lo que le pasó a alguien y ya está.
El año pasado participé en Bogotá en 100 palabras y mi cuento tenía que ver con Transmilenio. Antes de escribirlo me puse a leer los cuentos seleccionados de las ediciones anteriores del concurso, y di con uno bellísimo que más que un cuento era una descripción de una escena de vida.
En él, el narrador, en primera persona, contaba lo que veía, sin intentar adornarlo mucho: un puesto de frutas callejero y un repartidor en bicicleta que pasaba por el lugar.
Como dice la escritora Agota Kristof: “Debemos escribir lo que es, lo que vemos, lo que oímos, lo que hacemos.”
A eso yo lo llamo narrar la vida; en principio parece fácil, pero contar lo cotidiano es difícil, porque en cualquier momento a uno se le salta la opinión.