Una vez, mientras esperaba a que me dieran un café, el señor que estaba atendiendo llamó a otro cliente para entregarle su pedido. Pregunto varias veces por un tal Yemin. Yo y otro par de personas que estábamos en la barra y esperábamos nuestro pedido, le indicamos que ninguno de nosotros se llamaba así.
De repente un señor dijo fuerte en un tono completo de indignación y con un acento quién sabe de donde “Es JEMIN, ¿pero qué es lo que hablan ustedes, acaso no es español?”
¿Por qué no podemos ser más tolerantes?
A mí me dio mucho mal genio y estuve a punto de contestarle algo, pero si discutir no es agradable; mucho menos es hacerlo con un desconocido. A veces es mejor dejar que el curso de los acontecimientos siga su rumbo para que el de la vida de uno no se despiporre; en otras palabras: no meterse a donde a uno no lo han llamado, en fin.
Lo único que hice fue regalarle una de mis mejores miradas de:¿Qué putas le pasa?, que llevan una mezcla de desprecio y odio; reclame mi café y deje a Jemin o Yemin solo con su neurosis.
Pero tratemos de ponernos en sus zapatos. Sí, puede que el señor Jemin le moleste un poco porque la gente pronuncie mal su nombre, ¿pero qué le vamos a hacer si en Colombia no es común? Si fuera Jaime, seguro no lo llamarian Yaime.
El punto es, ¿cuál es la necesidad de andar a la defensiva? Cada cuál con sus rollos, pero suficiente tenemos con que la gente se indigne en las redes sociales a cada rato, como para que anden en las mismas en la vida real.
De ahora en adelante a todo Jemin que me encuentre le diré Yemin, para ver cómo reacciona.