A veces, cuando siento que los engranajes de la realidad son ridículos, cuando no le encuentro mucho sentido a la vida, me siento a escribir.
Escribir, pienso, cura esa rabia que a veces siento contra el mundo, contra las redes sociales, contra las personas y sus comportamientos de: mírenme, quiero llamar la atención”.
No entiendo nada y como no entiendo nada, escribo, porque escribir me desenreda, me da perspectiva y me calma. Me desacelera y evita que caiga en estados de superioridad moral, porque esa rabia que a veces siento no es más que eso, creerme mejor que las personas. ¡Que estupidez tan gigante!
Escribir, escribir cura, y mucho.
Otra cosa que también cura —disculpen los eruditos de la lengua que aborrecen el uso de la palabra cosa, pero no se me ocurrió ninguna otra, y quiero terminar este escrito para ponerme a leer (leer también cura) —es vivir en un permanente estado de asombro.
Asombrarse también cura, me refiero a ver el mundo con profundo interés, no dar por echo nunca nada, sino maravillarse por lo que sea. Pensé en esto hoy, un día desordenado en alimentación, cuando a las 5 de la tarde decidí pedir mi almuerzo-comida por una aplicación de celular.
¿No les parece asombroso eso? ¿Pedir comida desde un teléfono móvil? A mí sí, porque pienso cuántas cosas habrán tenido que ocurrir en la historia de la humanidad para poder llegar a ese avance tecnológico, cuántas personas lo dejaron todo por dedicarse de lleno a algo que fue fundamental en la creación de esos aparatos, incluso cuántas personas por X o Y motivo murieron por esa causa que defendían y que fue un eslabón para crear los teléfonos celulares, en fin.
Recuerden: Escribir, asombrarse y leer.