Alfredo Martínez escribe para un portal de bienestar. Detesta tener que levantarse en la madrugada, porque su oficina queda en la otra punta de la ciudad. Podría hacer teletrabajo, pero prefiere aguantarse un viaje de 2 horas y media en un bus a reventar de personas, que tener que aguantarse la cantaleta de su mujer todo el día, acompañado del lloriqueo de sus hijos pequeños. “Para escribir, así sea basura, necesito concentrarme”, piensa.
Su fuerte son los artículos sobre meditación, y los redacta en primera persona, como si en verdad él realizara dicha práctica, pero le aburre de sobremanera sentarse en silencio, en posición flor de loto y repetir Ohmm hasta el cansancio.
La mente, piensa, está hecha para producir cientos, miles, millones de pensamientos, entonces ¿para que ir en contra de la corriente? Cree que el primero en decir que era necesario acallarla estaba loco. “Déjenla ser”, piensa.
Martínez está harto de la buena onda que pretenden desprender las personas hoy en día. Piensa que la gran mayoría meditan, madrugan, comen sanamente y sonríen a cada rato solo por seguir una moda.
Supone que la gran mayoría son paz y amor de dientes para fuera, pero ay donde tuviéramos acceso a sus pensamientos íntimos, a esas filias que nos acompañan a rodos y que evidencian lo retorcidos que somos.
Mientras piensa sobre el tema le llega a la cabeza un cuento que leyó hace poco. Trata sobre un hombre trabajador y padre de familia ejemplar, que por las noches, cuando su esposa duerme, sale a asesinar a seres nocturnos como los vagabundos y prostitutas.
No nos engañemos, hay pensamientos que siempre vuelven s nosotros sea lo que sea que hagamos", piensa Martínez.
El, a diferencia de su núcleo cercano de amigos y familiares no desea estar en sintonía con el universo.