El sábado pasado, el último día del año viejo, me llevé un librito a un café, pedí un capuchino con un algo y leí por un par de horas. Ese es un ritual que practico desde hace unos años.
En Ese día que resulta tan significativo, extraño, aburridor a ratos; tan cargado de nostalgia, en fin, me gusta dedicarle tiempo a la lectura.
Para no ponerme trascendental y enumerar todo lo bello que deseo me traiga este año, solo les cuento que quiero un par de cosas: que sea uno repleto de buenas lecturas y escritos. Decir eso es medio vacío, porque cada quién tiene sus métodos para calificar un libro; dicho esto, a lo que me refiero es que espero leer libros que me sacudan, o como decía Kafka: “libros que sean el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”.
Porque uno necesita libros que descoloquen, que confronten lo que uno piensa o, como dice Mario Mendoza: “Modificarnos internamente, darnos golpes de estado a nosotros mismos, doblegar los tiranos que habitan nuestras mentes”.
Leer, pienso, es el principio y el fin, el Big Bang creativo que todos necesitamos, así que qué mejor hacerlo un día que, en apariencia, marca una especie de borrón y cuenta nueva, ¿acaso no?
Rosa Montero cuenta que cada vez que conoce un escritor, le pregunta con cuál actividad se quedaría si le tocara escoger entre leer o escribir, y dice que según la estadística que lleva, va ganando la primera opción.
En un congreso de escritores, Montero dijo que dejar de leer sería como vivir en un mundo sin oxigeno y que si nos gusta la lectura es porque cada uno de nosotros está más cerca del abismo que de la luz, y que las palabras sirven como red, para no caer y perdernos en la oscuridad.
Les deseo buenas lecturas.