Se me ocurre pensar que siempre los tenemos, que siempre están por ahí escondidos dentro de un pliegue del cerebro, listos a hacer presencia cuando menos se espera.
¿Acaso esa no es la forma de actuar de los temblores de tierra? Siempre he escuchado que cada día tiembla, que las placas tectónicas no dejan de acomodarse, sino que son movimientos casi imperceptibles y por eso solo se les presta atención cuando son terremotos.
Así, imagino, pasa con los dolores de cabeza; que en medio de tanta ocupación no reparamos en ellos, solo hasta cuando son dolores intensos.
Todo esto me hace pensar también en la locura. Siempre he creído que de una u otra forma todos andamos mal de la cabeza, pero afortunadamente contamos con válvulas de escape (trabajo, estudio, sexo, hobbies, etc.) para que salga de nosotros de manera dosificada. De no ser así supongo que todos andaríamos armados esperando cualquier momento que consideremos propicio para levantar a plomo a las personas a nuestro alrededor.
Hay personas a las que esas válvulas de escape les resultan insuficientes.
La conclusión, si es que hay alguna, es que el caos y el desorden acechan a la vuelta de la esquina, que en un segundo todo está bien y al siguiente todo puede irse en picada.
Por eso no hay que tomarse la vida tan en serio.