Hoy les iba a contar algo de lo que me acordé en algún momento del día.
Problema 1: No anoté la idea, el recuerdo, llámese como se llame, en ningún lugar y se me esfumó por completo de la cabeza. Entonces heme aquí, como casi siempre, buscando un tema, el que sea, para arrancarle mínimo 300 palabras.
¿Por qué trescientas? Si no estoy mal (cada día mi memoria se fragmenta más y recuerdo eventos de forma imprecisa o simplemente ficciono esos que, creo, son recuerdos sólidos) eso es algo que Stephen King menciona en su libro Mientras Escribo. Hace una especie de analogía: dice que, si se escribieran 300 palabras todos los días durante un año, al final se tendría un manuscrito de más de 100.000 palabras, un libro de buen tamaño, en fin. Está claro que esto no es un libro sino meras entradas de blog, pero bueno se me quedó grabada esa cifra de 300 que, vuelvo y repito, puede que me la esté inventando.
Escribí lo anterior para ver si alguna idea llegaba a mi cabeza mientras lo hacía pero nada. La verdad fue que me enrede en el párrafo anterior y no pude pensar en nada más que intentar expresarme de forma clara.
Es ahí cuando se aparece el problema 2: No tengo ni puñetera idea sobre qué escribir, de ahí que acuda a la escritura libre, escribir de chorro a ver qué sale y ya está. No todo puede tener una estructura ordenada pues, como ya lo he repetido hasta el cansancio, somos más nudo que inicio o desenlace, solo que por alguna extraña razón no queremos mostrar los conflictos que llevamos por dentro, sino dar a entender a las personas que todo marcha bien.
Somos bien extraños y escasamente nos entendemos a nosotros mismos. Con la anterior palabra ya alcance las 300 y con estas son 313.
Que descansen.