Soy bueno para no escribir. Digo esto porque hace 10 minutos me senté con el propósito de teclear algo y me quedé mirando la pantalla como un tarado hasta este momento.
En cambio, cuando estoy lejos de mi portátil, hay veces que se me ocurre una idea y la desarrollo en la cabeza, encuentro mil ángulos para abordarla, la conecto con otros temas, pero me confío y no la anoto en ningún lado y se pierde para siempre.
Por lo general eso me ocurre en la ducha o mientras desayuno. Para el primer caso, y si considero que la idea es muy buena, la repito en mi cabeza hasta el cansancio mientras me ducho, sigo haciéndolo cuando me seco con la toalla y no paro hasta que llego a mi cuarto. De todas formas hay veces que, en medio de mi ritual de recordación, otra idea se me atraviesa por la cabeza y olvido esa que había calificado como buena.
En cuanto al desayuno, creo que el truco para obtener buenas ideas, es realizar la actividad de forma lenta. Convertir esa comida en un acto contemplativo. Olvidar, si acaso por un breve instante, la velocidad de la vida. Para eso recomiendo darle pequeños sorbos al café, té o chocolate y mordicos conscientes a lo que sea que se coma. El único problema, claro está, es que a uno se le puede hacer tarde. De todas maneras, recomiendo hacerlo por lo menos uno de los días entre semana.
Un tercer escenario que sirve para generar ideas es mirar por la ventana, pero no tanto por la de la casa, pues por esa siempre se ve lo mismo, sino por la de los buses o taxis. Mirar a las personas que pasan por la calle y aventurarse a pensar porque llevan caras tristes o alegres, o simplemente jugar a inventarse sus vidas y pensar qué es lo que los mueve en la vida.
Es recomendable, excepto para el primer escenario, tener a la mano un lápiz y una libreta para anotar lo que se nos cruce por la cabeza, sin importar lodisparatado que nos parezca.