La primera me la encuentro en un café y se aproxima a la tercera edad. Entran, y se acercan a la caja cada uno como por su lado. Él pide un Eclair de chocolate y ella una dona de mora. También piden dos tintos medianos.
Después de que hacen el pedido dejó de prestarles atención. Es prudente observar la realidad de lejitos, dejar en paz a los demás con sus cosas para que el cauce de la vida, la propia por lo menos, no se descarrile.
Minutos antes de a abandonar el local, miro a la pareja de nuevo y veo que la mujer tiene puestos unos audífonos de esos que cubren todas las orejas. Está y no está con su pareja, tan cerca tan lejos, en fin. ¿Acaso no tienen nada de qué hablar? ¿ La rutina los habrá llevado a esta situación y así ven pasar sus días hasta que las muerte venga a visitarlos?
Pienso que es un gesto grosero por parte de la mujer, pues con sendos audífonos puestos, es la que fomenta ese estado de incomunicación. Cuando me pongo de pie y paso por su lado, me doy cuenta de que la culpa de no hablarse es de ambos, pues el hombre también lleva puestos unos audífonos blancos delgados y está concentrado viendo un video en su celular.
Ya en la calle veo a la segunda pareja. Tienen pinta de ser novios y la mujer empuja un coche y Se inclina para acomodar algo en el él. Justo en ese momento miro al hombre que se queda un poco atrás. Me parece que está algo incomodo, su voluntad dividida entre estar con ella o haberse quedado en su casa viendo un partido de fútbol o mirando pal techo, actividad, ya sabemos, infravalorada.
Cuando los paso de largo caigo en cuenta de que en el coche llevan un bebe-perro o un perro- bebe. un perro al fin y al cabo.
Mundo raro este.