Espero a mi hermana en un café.
en una mesa enfrente de la mía una mujer y un hombre trabajan concentrados en sus máquinas portátiles, y muy de vez en cuando cruzan alguna palabra. Al fondo una mujer corta trozos grandes de una pedazo de torta, se los lleva a la boca y luego le da un sorbo a su bebida.
En otra mesa una mujer sienta a su hija con su perro Shih Tzu, le da dinero de su billetera y abandona el lugar. Al rato la adolescente se levanta y compra un granizado repleto de crema chantilly en la parte superior y vuelve con su perro a la misma mesa a, supongo, esperar a su madre.
Todas las personas de las que hablo, al parecer, son normales, iran por la vida con trabajos y ocupaciones comunes y corrientes, qué se yo: Hacer mercado, pagar facturas, atender un negocio, lo que sea.
Todas menos el hombre que se encuentra a mis espaldas sentado en una barra. Lleva una chaqueta azul y una camisa a cuadros. Me doy cuenta de su presencia porque no deja de golpear su vaso de café sobre una barra, quién sabe llevando qué ritmo de una melodía que tararea mentalmente.
Volteo a mirarlo y luce tan normal como el resto de personas del lugar. Se me ocurre pensar que podría ser el tío de alguien, por ejemplo, de la adolescente que bebe granizado y acaricia a su perro.
El hombre ya acabó su bebida y cree que eso le da derecho a hacer ruido con el vaso de cartón. Tiene su mirada fija en un punto, al tiempo que está perdido quién sabe en qué pensamiento. De repente otro hombre se sienta en la otra silla que está disponible en la barra y le dice algo. Intento agudizar el oído, pero no logro descifrar sobre qué hablan. Lo más probable es que sean mensajes en clave.
El Tío Carlos no voltea a mirarlo, y dice algo sin dejar de mirar el mismo punto. Intercambian un par de frases y el hombre que llegó se pone de pie y deja del lugar.
No queda duda que el hombre de chaqueta azul, con pinta del tío Carlos, es un agente secreto.