El suave silbido de la cafetera italiana te avisa que el café está listo. Miras hacia abajo y ves que todavía llevas la piyama puesta . Ya entiendes un poco, solo un poco, tu papel: hace unos minutos te pusiste de pie, después de una noche de poco sueño, y te alistas para ir al trabajo. ¿Cuál? No lo tienes claro, pero esperas que el curso de los eventos te vaya dando las pistas necesarias para encajar en el mundo, y así poder pasar desapercibido.
Das unos pasos hasta el mueble de la cocina sacas tu pocillo preferido, el azul con la oreja desgastada y sirves el café en él. Cuando te sientas, aspiras el vaho de la bebida y el primer sorbo hace que una calidez reconfortante te envuelva. Sientes que los objetos que antes te parecían bultos y sombras, ahora se hacen claros y tangibles. La cafeína te ancla en la solidez de tu entorno.
En ese momento decides encender el radio de cocina. Para tu asombro, la canción que suena es Brain Damage de Pink Floyd, preciso en esa parte que dice: “Hay alguien en mi cabeza, pero no soy yo”. Las palabras resuenan en tu interior y amplifican tu sensación de malestar.
¿Qué mierdas pasa?, te preguntas , al tiempo que intentas comprender esas extrañas señales, si es que existen. Apagas el radio porque no quieres que esas ese puñado de coincidencias arrasen con la poca sensación de normalidad que habías logrado ganar.
De todas formas no sabes si esa supuesta sensación de solidez que se te reveló hace poco es un presagio positivo o si es mejor seguir desconfiando de la realidad, pues siempre has pensando que mantener una dosis de desconfianza hacia ella es una forma prudente de llevar la vida.
“¡Agua!” exclamas en voz alta. Crees que un duchazo con agua fría va a restablecer tu sensación de adulto funcional y se va a llevar por el sifón los restos de incertidumbre.
Dejas el pocillo en el lavaplatos y te diriges a la ducha tarareando una estrofa de la canción que acabas de escuchar.
The lunatic is in my head
The lunatic is in my head
You raise the blade, you make the change.