Recuerdo la última vez que nos vimos Juliette. Fue en Les Deux Magots, ese café de la calle Saint-Germain des Prés que tanto te gustaba. Ese día me tradujiste el nombre: Los dos magos, tu sonrisa iluminaba tu cara. Hacía poco habías llegado a París y estabas descubriendo esa lengua. Estabas feliz porque por fin ibas a poder hablar el idioma de Claire, tu abuela materna.
Luego, a los pocos días de nuestro encuentro, comenzaron a llegar las noticias de un nuevo virus que se estaba expandiendo por la tierra, una especie de gripe que en algunas ocasiones empeoraba y causaba la muerte. “ ¿Será el fin del mundo?”, me preguntaste en una llamada telefónica y luego te echaste a reír. ¿Cómo iba a saber que esa llamada iba a ser tu último acto y que luego ibas a desaparecer como un mago?
Yo tenía que viajar a Kinderdijk a la siguiente semana, y acordamos que nuestro próximo encuentro iba a ser en un mes exacto. Dijiste que querías ir a conocer los molinos de viento de ese lugar y que celebraríamos con un picnic.
Luego el virus colapsó el mundo, los pulmones de las personas y olvidamos los planes que habíamos trazado ¿para qué pensar en el futuro si la vida podía acabar en cualquier momento?
Nuestras conversaciones cada vez eran más esporádicas, como gestos cordiales entre dos personas que alguna vez habían sido muy unidas, hasta que cortamos la comunicación por completo.
Fue extraño. No hubo ninguna pelea o altercado entre nosotros. A veces pienso que habría preferido eso, oírte decir que me odiabas y que soy un pobre hijo de puta en vez de ese silencio que inundó nuestras palabras.
La semana pasada volví a ese café y pedí lo de siempre: un capuchino con crema blanca y un Éclair de chocolate. Le dije a la mesera, en mi francés rudimentario, lo que tu siempre le decías: tráigame el que tenga más chocolate.
Ahí estuve por treinta minutos, tomando el capuchino a sorbos cortos, a la misma hora que solíamos encontrarnos. No sé para qué hice eso, si lo mejor es evitar los recuerdos que te hacen doler. Eso también me lo dijiste alguna vez.
¿Dónde estás? Quizá ese día me viste desde lejos y te ocultaste entre locales y turistas para no tener que hablar conmigo.