“¿Cuál es el sentido de la vida?”, le preguntan a una mujer, a lo que responde: “Estar tranqui”. Pregunta y respuesta conforman el sintagma: el sentido de la vida es estar tranqui, signifique lo que signifique sintagma.
Sartre decía que la vida no tiene un sentido inherente, sino que cada persona decide qué propósito y significado le da. De ahí que la mujer de la que les hablo haya decidido que el sentido de la vida sea estar tranqui.
En ese orden de ideas, el filósofo también sostenía que no se ha venido a nada especial en esta vida, y que si acaso hay algo claro, es que la naturaleza del hombre, o bien su condena, es ser libre.
Tal vez el escritor Sándor Márai era seguidor de Sartre, pues dice lo siguiente en sus diarios:
Las palabras Dios, piedad, misericordia; todo lo que han dicho los curas y los filósofos es una completa mentira. No existe un «propósito» ni un «sentido». Sólo existen los hechos descarnados. Todo es un asco.
Camus decía que si la vida tiene algún sentido, este tiene que ver con encontrar algo de dignidad y propósito en un mundo absurdo, pero que el hecho de que la vida sea un circo incomprensible, no impide que no la vivamos al máximo, disfrutemos y amemos, es decir que nos entreguemos al placer que, pienso, tiene mucho que ver con estar tranqui.
Puede ser que la postura del escritor francés, coincida con la del narrador de la novela Temblor de Rosa Montero que decía que todo lo que sucede en este mundo es por puro y ciego azar, y que cada uno de nosotros es no es más que una mota de polvo cósmico; un minúsculo accidente dentro del caos universal. A pesar de ese hecho tan contundente, nos hemos empecinado en buscar el sentido de la vida, entablando un combate a muerte de nuestra voluntad contra el azar.
Si hay algo que está claro es que no tengo idea alguna de cuál es el sentido de la vida, y que cada postura cuenta con buenos argumentos. Sea como sea, estar tranqui me parece una buena respuesta.